Pandemia y paz

Hugo Rincón González

El país y el mundo siguen viéndose en enormes dificultades de salud pública desde que el descomunal desafío que supone el Covid-19 se hizo presente. En el mes de marzo un buen número de países, entre ellos Colombia, adoptó una estrategia de confinamiento buscando disminuir el contacto social que menguara la posibilidad de contagio entre las personas. En nuestra nación se promulgó el decreto 457 por medio del cual se imparten instrucciones en virtud de la emergencia sanitaria generada por la pandemia y el mantenimiento del orden público.
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Aparentemente todos entramos a considerar que lo más importante en el país era el autocuidado y el cuidado de los demás, bajo el entendido que nuestra sociedad no tenía otra opción que concentrarse en resolver la pandemia que hoy nos amenaza. Sin embargo, lejos estábamos de entender que para algunos sectores e individuos, su intención de destruir y asesinar está por encima de cualquier precepto humano de respeto a la vida.

Así pues, desde el 25 de marzo, no cesan los asesinatos de líderes sociales y excombatientes de las Farc en muchas de las regiones que han sido azotadas históricamente por la violencia. Ha venido ocurriendo en el Cauca, un departamento que es un verdadero polvorín con disidencias de las Farc, Eln y narcotraficantes de todo pelaje que se confrontan entre sí por el control de las rutas del narcotráfico, mientras que las fuerzas armadas se muestran incapaces de mantener el orden público en el territorio. La muerte ha hecho presencia también en departamentos como Nariño, Antioquia, Norte de Santander y Tolima, donde fue ultimado un exguerrillero de las Farc en el municipio de Ataco.

Los asesinos no se paran en mientes. No respetan condición alguna. No les importa si sus víctimas son mujeres, indígenas, campesinos o niños. Hemos visto por los medios de comunicación que la violencia se enseñorea y busca consolidar la estrategia del terror y el miedo. Si el gobierno se muestra incapaz en esta pandemia de controlar la corrupción exacerbada que emerge en todas partes en el contexto de las ayudas humanitarias, menos competencia e interés ha tenido en frenar esta orgía macabra que enluta muchos hogares de la Colombia olvidada.

Ha sido tan pusilánime la actitud del gobierno en parar esta violencia que en una intervención desafortunada la Ministra del Interior tuvo la desfachatez de expresar que “asesinan más personas por robarles un celular que por ser líderes sociales” que representan los intereses de las comunidades más vulnerables.

En medio de este lúgubre contexto, la pandemia ha servido también para que el Eln desde el 29 de marzo y por un mes decretara un cese unilateral del fuego. Este es sin duda un acto que se esperaba de todos los actores generadores de violencia en el país y no la continuación de la violencia fratricida que vemos en las regiones.

La pandemia debería ser también una generadora de profundas reflexiones y momentos de paz para los colombianos. El cese del fuego unilateral del Eln por un mes, que ojalá se prolongue, debería ser el recomienzo de un proceso de negociación política que desemboque en una dejación de armas, que propicie la posibilidad de avanzar en la construcción de una sociedad donde la convivencia y la reconciliación sean posibles.

Desde todas las orillas se reclama un cambio en estos momentos, que la pandemia sea el punto de inflexión para profundos replanteamientos en los seres humanos y la sociedad. Es el momento de dejar atrás la violencia como mecanismo para resolver nuestros conflictos por nimios que sean, es el tiempo de avanzar en la reconciliación, de desdeñar todo tipo de agresiones y amenazas para avanzar en la construcción de una posibilidad de vida más humana, buena y bella.

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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