Los micos: el talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba

COLPRENSA - EL NUEVO DÍA
Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, mediático y criticado. Pero dice que no le importa. El científico tolimense reconoce que solo tiene un talón de Aquiles: los micos del Amazonas con los que experimenta para perfeccionar la vacuna contra la malaria, y que ahora le toca contar.

Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, es mediático y criticado. Pero dice que no le importa, que lo importante es encontrar la vacuna contra la malaria que ya tiene avanzada en as del 80 por ciento. 
 

El científico colombiano tiene don de gentes que a muchos les agrada, pero que a otros le resulta sospechoso. Sin embargo sabe que solo tiene un talón de Aquiles: los micos del Amazonas con los que experimenta pero que ahora le toca contar. 

Un hombre con camisa blanca, siempre con camisa blanca, así viste Patarroyo. Ya no es flaco, es robusto y calvo, por eso cuando ve a alguien con pelo largo se ríe y dice que él es la cabeza más brillante de Colombia. Lo dice por su calva, lo dice por sus logros, lo dice por su ego. También, es un hombre de anécdotas, pero no con cualquiera, los personajes de sus historias no bajan de expresidentes, de escritores, de periodistas, de los reyes de España. Ya lo saben: Patarroyo es vanidoso. 

Es una persona amable. Saluda a todos y a todas con una gran sonrisa, aunque ni se acuerde de quiénes son. Y suele decir que su segundo empleo es ser modelo. Él es un científico famoso, para algunos, por sus avances en la vacuna sintética contra la malaria, para otros, por su carisma e influencia en medios. 

Pero Patarroyo no anda solo. Lo acompaña un 'Pulgarcito', como él mismo le dice a un personaje que nunca fue pequeño, un amazonense alto y de contextura gruesa. Edgardo González. Un personaje que estudió biología para la región de Amazonas, un experto en fauna y flora. 

Así como Edgardo, lo acompaña Teódulo Quiñónez, un epidemiólogo quien trabajó con Patarroyo en el Centro de Erradicación de la Malaria, otro 'Pulgarcito' con quien logró los primeros avances de la vacuna; y Anny Rodríguez, una psicóloga amable, de risa contagiosa que decidió irse a vivir al Amazonas por dos años para apoyar el proyecto de diagnóstico de cáncer de cérvix. Un programa que dirige Sara Soto, otra de sus compañeras. 

Patarroyo parece haber tenido una vida plena, se conoce el Amazonas y disfruta en silencio de su belleza. Es de esos que recuerda frases célebres, como la que está en el cementerio de su pueblo: “Aquí terminan las vanidades del mundo”, una frase que no duda en citar en una estrellada noche en medio del río más grande del mundo. Pero está preocupado. 

“Resulta que aquí venían a decir que esto es un matadero de micos, que esto es un torturadero y yo dije, 'no son pares míos, esto no lo tengo que contestar, no tengo que decir nada'. Tal vez ahí sí pequé. Pequé al no querer involucrarme en la pelea”, dice. 

El problema de tan polémico hombre empezó con la acción popular que interpuso Ángela Maldonado para denunciar a la Fundación Instituto Inmunológico de Colombia -Fidic- por presunto tráfico animal; según ella, porque los micos que usaban como objeto de estudio no serían solo colombianos –Autos Vociferans-, sino también peruanos –Aotus Nancymaae - y de paso, por posible maltrato animal. 

A él no le gusta mencionarla, no quiere darle importancia, es “la innombrable”, afirma. Pero ella, una administradora de Empresas con maestría en Conservación de Primates, con Doctorado en Conservación y es directora de la Fundación Entrópika, logró darle donde más le duele, en su talón de Aquiles. Claro que algunos sospechan que no lo hizo sola, que tuvo compañía. 

Gracias a su denuncia, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca suspendió la licencia que tenía para capturar los micos y en 2013, la decisión fue ratificada por la Sección Tercera del Consejo de Estado. Pero un año después, y luego de una tutela interpuesta por Patarroyo demostraron que los monos sí eran colombianos. El problema, y la razón por la cual el hombre que dice tener la cabeza más brillante de Colombia acepta que pecó, es que para reiniciar su investigación con todas las de la ley tendrá que esperar más tiempo, más del que se imaginaba. 

- Ahora sí, cuando se comprobó que aquí no había tráfico ilegal por medio de ADN. ¡Imagínese!, 1.300 millones de pesos le costó el estudio al país para demostrar que los micos eran colombianos, lo que ya se sabía desde 1976. Los animalistas dijeron, “no, es que están trayendo micos del Perú”, y ahora, ¡hay que contarlos! - Dice Patarroyo en lo que parece ser la última cena: él en el centro, frente a una mesa con mantel blanco, y su equipo alrededor, distribuidos en el kiosco que está dentro de la estación de la Fidic-. 

- ¿Y quién va a hacer ese censo?, pregunta Teódulo, mientras descruza sus brazos y se toca la cabeza. 

- Van a hacer el proyecto, entonces le están tirando 10 años... Responde rápidamente Edgardo. 

- Están tirándole a eso -continúa Patarroyo-. Lo que la gente no ha entendido es que no tienen nada que ver. ¡Son una parranda de idiotas útiles!, porque esto es una pelea económica. Es una pelea en donde el que queda de pie es el que saque la vacuna. Y, el que tenga el control de los micos, tiene el control. Punto. 

El científico tolimense explica que multinacionales como Glaxo, Merck, Bill & Melinda Gates están financiando 50 grandes grupos para sacar la vacuna. Compañías que tienen mucho dinero pero que solo les falta una cosa: los micos. Pero, ¿por qué tanto interés? Porque tienen el mismo sistema inmune y así podrán tener la certeza de que su investigación funcionará sin tener que probar en humanos. 

-"Ahora, el que salga con la vacuna -y yo quiero dar esa pelea porque llevo 35 años en esto-, es la persona que va a tener el mercado de 3.500 millones de personas.

¿Me sigue?, –pregunta y hace una pausa-. Ahora, véndala a cinco dólares, o sea, mil pesos. Eso no lo van a hacer ellos. Nosotros vamos a venderla a 20 centavos de dólar, que es donde nos tiramos a todo el mundo”, concluye Patarroyo en una reunión que se da un día antes de irles a contar a los indígenas que Corpoamazonía no les dirá si pueden o no colectar micos para la investigación antes de que se haga un censo de cuántos Aotus Nancymaae y Aotus Vociferans hay. 

 

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Hay sol en Leticia. Un sol que resalta los detalles de la colorida capital amazonense. Lástima que también por los huecos de las vías, la basura de las calles, la gran cantidad de perros callejeros -que en mayoría tienen algún tipo de enfermedad-, y las líneas de humedad que le recuerdan a la población la inundación se produjo desde el mes de mayo y que ahora está bajando por el repique del Río Amazonas, uno de los más altos desde hace cuatro años. 

Patarroyo, Edgardo y Anny, van en camino para el bote que los llevará a la comunidad de Ticoya para reunirse con los curacas de la Asociación de Autoridades Indígenas Ticunas, Kocamas y Yaguas, que se resume en Aticoya. Pero también, para contarles sobre el nuevo laboratorio de biología molecular, que estará dispuesto para hacer el diagnóstico rápido y tratamiento de malaria, cáncer de cérvix y otras enfermedades infecciosas por la financiación de la Gobernación de Amazonas. 

“Es nuestra obligación contarles que tenemos que lidiar con ideas poco analizadas respecto a lo que es el manejo sostenible de la fauna amazónica - dice Edgardo mientras el bote inicia un recorrido de hora y veinte minutos por los 87 kilómetros que dividen a Leticia del Resguardo-. A quién se le ocurre decir que debemos contar la totalidad de micos, no solo en el departamento de Amazonas, sino en toda la región amazónica para poder decir si se puede o no seguir capturando. Ya tienen unos datos básicos de más de siete estudios que dicen que hay 24 animales por kilómetro cuadrado y está comprobado desde 1976”, afirma. 

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El lugar es hermoso, el verde del pasto y el azul del cielo lo hacen llamativo. Las casas de madera contrastan con modernas antenas de Directv y hay música de todo tipo a gran volumen por un evento de la comunidad, suenan varios géneros musicales y dicen que es raro, porque a ellos lo que les gusta es el vallenato. A la llegada de Patarroyo todos lo saludan, pero tiene que esperar con sus compañeros porque los curacas están reunidos. 

"Curacas nuevos, reelegidos, excuracas, expresidentes, gracias por atender este llamado que se hizo en menos de 24 horas", dice un hombre de estatura pequeña, con pantalón corto, camisa de rayas y cabello largo. "Para los curacas nuevos, Aticoya ha venido desarrollando un proyecto político para la humanidad en cabeza del único científico colombiano, Manuel Elkin Patarroyo”, dice con voz enérgica Laureano del Águila, coordinador del territorio de Aticoya. 

La reunión se realiza en un gran salón de madera, decorado con máscaras indígenas; tiene una mesa con sillas listas para la comisión del Doctor, en donde también se sienta el Presidente y el Expresidente del Resguardo, y al frente muchas sillas verdes para todas las autoridades. El lugar no tiene ventilador, y poco a poco el calor se hace más intenso. 

“Él personalmente –continúa Laureano, a quien todos le dicen Geronimo por su parecido con un líder indígena estadounidense- manifestará a las autoridades y a los colectores, cómo van estas demandas. (…) Y ustedes saben muy bien que Aticoya, bajo un mandato ordenó que la señora que nos denunció, la Fundación Entrópika, y todos los que trabajan con ella, no les está permitido penetrar en este territorio”, les recuerda. 

La introducción fue larga. Especialmente por la presencia de nuevos curacas -líderes de la comunidad que se eligen cada año con posibilidad de reelección y en los que pueden participar jóvenes y viejos-. En el salón predominan los hombres, son pocas las mujeres que se ven, y reparten gaseosa y pan dulce para todos. El Presidente le da paso al Doctor Patarroyo. 

“(...) Entonces, en esencia la acusación era de tráfico ilegal, pero los traficantes son ustedes. Lo más gracioso es que los micos viven al otro lado del río, fuera que me dijeran que están trayendo los micos desde La Guajira, desde Maicao, eso lo entendería uno, pero la acusación es del otro lado del río. En esencia ustedes son del Amazonas, ustedes son de acá, de esta región, y su familia vive aquí como viven al otro lado del río”, les dice el científico. 

Así como para Patarroyo, Edgardo considera inconcebible la idea de contar los animales, no solo porque no tienen ideas de frontera –se pueden pasar de país a país cada vez que baja el río, dicen- sino también, porque no clasifican a las personas o comunidades por nacionalidad, solo piensan que son amazonenses, son del río Amazonas. 

“Resulta que esa gente decidió que podemos trabajar solo con los micos Vociferans, no con los que ustedes capturan que son los Nancymaae, -continúa el científico-. La lucha venía porque decían que los Nancymaae eran peruanos, ahora se sabe son colombianos, pero resulta que no solamente tienen que llevar la contabilidad de los tales peruanos sino también de los tales colombianos. Ah, y que no podemos trabajar desde el río Loretoyacu, hasta la frontera con el Perú. Los que tienen la puntica, de la parte de encima de Loreto yacu, sí pueden capturar micos, los que están por debajo no pueden. Entonces no lo acepto. La medida segrega, y fuera de eso busca la confrontación entre ustedes”, les dice Patarroyo. 

Según Julián Andrés Gil, el veterinario encargado de la estación de la Fidic, los indígenas tienen que dejar un registro de dónde traen los animales. La ley es que solo pueden capturar en su comunidad, “Yo no me puedo ir de Macedonia a coger micos en Puerto Nariño, eso se respeta”, dice. Por lo tanto, con la limitación para la captura de micos entre cuatro y cinco comunidades quedan fuera del proyecto de la investigación. 

La reacción de los indígenas es tímida al principio, se ven preocupados, pero no demoran en reírse. Algunos graciosos dicen que les hablen, y si el mico habla en portugués es porque es del Brasil. Pero fuera de los chistes, todos concluyen en lo mismo: “que vengan ellos, que ellos los cuenten”. 

Varios curacas se levantan y proponen la elaboración de un acta. Un documento en donde todas las comunidades firmen y declaren su apoyo a la investigación que realiza Patarroyo. Su interés, como ellos mismos los dicen, es el “(…) de aportarle algo a la humanidad” y de paso, recibir el 0.5 por ciento de la totalidad del dinero de las vacunas al que se comprometió la Fundación bajo la dirección de Patarroyo para invertir en educación y en salud. 

La necesidad de estas comunidades es inminente -pese a que tienen Directv-. Amazonas parece un paraíso abandonado. La educación es limitada; el agua, dicho por el mismo Secretario de Salud, Hernán Rafael Gutiérrez, no es potable, y el hospital de Leticia y los centros médicos están en mal estado. 

“Lo de la salud ha sido permanente, ya cumplí 38 años y llevamos 38 años con la misma problemática. Por eso es que apoyamos el proyecto de los monos para el estudio, porque es la única salida que tenemos y la esperanza es que nosotros podamos en un futuro, mejorar la salud y la educación, que es lo que tenemos pactado con el doctor Patarroyo una vez se logre lo de la vacuna”, dice el expresidente de Aticoya, Manuel Ramos. 

Así mismo, Laureano le pide a Corpoamazonía que les dé el permiso, que su gente se está muriendo de malaria. Para el año 2012 se registraron 1.367 casos; en 2013, 3.171; en 2014 el número de casos es el mismo, pero temen que luego de la inundación, los casos para este año aumenten. “Y si el señor que dice que quiere contar los micos, pues que venga a Aticoya, que desde aquí le hacemos, sanamente, ampliamente la invitación, que comparezca a la institución y que las autoridades personalmente, iremos al campo a contar cuántos son”, agrega Laureano. 

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Patarroyo parece haber ganado su confianza, su total confianza. Él dice que los conoce casi a todos desde que eran niños, y ellos no lo contradicen. Su investigación y la fascinación que le causó el departamento lo llevó a quedarse allá. Cuenta sonriente, que cuando llegó por primera vez al Amazonas pensó "¿cuándo volveré?, y ahora que estoy acá, me pregunto cuándo me largaré”, dice entre risas. 

De vuelta al bote, la gente le ofrece frutas para la alimentación de los micos, y hasta le dicen que le tienen animales para su investigación. Él responde que lo esperen, que están mirando cómo volver a empezar. 

Así mimo, un señor le pregunta por qué no le atienden a su hijo de 10 años. Dice que no lo revisan porque no tiene fiebre, que no entienden por qué. 

-La fiebre dura de cuatro a ocho horas, ¿cierto?, en ese momento es que se puede pillar el parásito en la sangre. Por eso le dicen, llévelo cuando tenga fiebre. 

-Ahhh, sí doctor, esa era mi pregunta. Dice el hombre preocupado, mientras el niño permanece sentado. 

Ese es el doctor Manuel Elkin Patarroyo, un hombre de camisa blanca, gordo y calvo que parece una estrella de rock aclamada por todos. Un hombre que está a la espera de la respuesta de un incidente de desacato contra Corpoamazonía para que no tenga que contar micos y siga investigando en favor de la humanidad. Es un hombre, que parece tener a su favor algo que pocos tienen, el Amazonas. Pero al fin y al cabo, un hombre. Un hombre con talón de Aquiles. 

“Yo nunca me imaginé el problema de los micos. Todo me lo imaginé: las multinacionales, las críticas, la responsabilidad tan grande, pero lo de los micos, nunca”, dice Manuel Elkin Patarroyo. 

Credito
COLPRENSA

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