El hambre acosa

Al vaivén del hambre, gravitan otros problemas: falta de luz, resurgimiento de enfermedades prevenibles como sarampión y difteria, hiperinflación y el bloqueo económico por parte de Estados Unidos.

Cerca de 6,8 millones de sus 32,5 millones de habitantes pasan hambre en Venezuela, un país donde son recurrentes las escenas de niños con desnutrición severa, madres tan desnutridas que no pueden amamantar, personas escarbando entre bolsas de la basura en busca de comida e incluso, vecinos y amigos apelando al trueque de alimentos o medicinas.

Todos ellos conforman el retrato del drama del desabastecimiento, que ha marcado el devenir de un país donde el 80% de los hogares afronta inseguridad alimentaria y el 89% de las familias no tiene dinero para comprar comida.

De hecho, Venezuela es el país en América Latina donde más ha aumentado el hambre y la malnutrición en los últimos tres años, según Naciones Unidas.

Y es que la lucha diaria por conseguir productos de la canasta básica se acentúa en medio de la profunda crisis económica interna que viven los venezolanos, lo que resulta una paradoja en un país que tiene las mayores reservas de petróleo en el mundo.

Los números del hambre se han disparado: más del 60% de los venezolanos se va a la cama con hambre, el 61% pasó a vivir en la pobreza extrema y en promedio, el 64% ha perdido 11 kilos de peso desde 2017, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en ese país.

Con una grave crisis cambiaria y una inflación que bate récords a diario, el salario mínimo no alcanza los 6 dólares al mes, y una familia venezolana necesita 65 salarios mínimos mensuales simplemente para poder alimentarse. La situación se traduce en empobrecimiento.

Acostumbrados a importar gran parte de lo que consumen pese a que el país es rico en tierras cultivadas, la mayoría de los venezolanos han tenido que poner a prueba su ingenio, ya sea eliminando comidas o recortando las porciones en los platos.

Es el caso de Milena Pinzón, una madre venezolana de dos hijos pequeños, quien afirma que “la comida se ha vuelto oro, nada se bota, ni un gramo de arroz, y todo se valora”.

Con un salario mínimo de 40 mil bolívares mensuales, dice que eso es lo que cuesta un kilo de carne actualmente: “es decir tienes que trabajar 30 días para conseguirlo... la inflación es una cosa acá”, lamenta Milena, quien agrega que frutas como la manzana han salido de la dieta de su hogar, ya que un kilo dobla el sueldo mínimo.

Para ella, toda esta crisis tiene que dejar “un aprendizaje porque Venezuela es un país muy próspero y antes cualquiera tenía a su alcance de la mano todo lo que quería. Ahora, cada familia hace malabares para tener las tres comidas, y especialmente una alimentación balanceada”.

 

Cortar flujo de ingresos

Para muchos, el bloqueo económico y comercial impuesto por Estados Unidos desde el 2015, desde que el Parlamento fue derrocado para crear una Asamblea Nacional Constituyente afín al presidente Nicolás Maduro, ha acentuado las dificultades para importar bienes básicos, incluyendo alimentos.

Esta ha sido una consecuencia desastrosa de las sanciones, además de las decisiones equivocadas que ha tomado el gobierno de Maduro, considera Aaron Taus, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia.

Con lo anterior se refiere al reciente informe del economista venezolano Francisco Rodríguez, donde expone la relación cercana entre las sanciones financieras de agosto de 2017 y la caída de la producción petrolera, además de que advierte que las cosas solo empeorarán con el embargo petrolero estadounidense impuesto este año.

¿Y por qué es importante? Taus explica que hay que entender que Venezuela depende de la importación de casi prácticamente todo, y con los dólares por la venta petrolera compra medicinas y alimentos.

En esa línea, observa que la primera ronda de sanciones significó un golpe fuerte para la producción petrolera y una fuerte presión a Maduro. Posteriormente, con la segunda ronda de sanciones, en enero de 2019, la situación se ha agudizado, advierte.

Incluso, alude a que el Gobierno de Maduro en los últimos años ha perdido 16 mil millones de dólares, y “eso significa que Venezuela este año puede importar todavía menos que el año anterior, lo que en consecuencia es claramente preocupante”.

Ni siquiera tiene combustible para su mercado interno, y por ende, los productores tienen menos combustible para transportar los alimentos a las ciudades y el país no puede importar repuestos para máquinas y tractores, subraya Taus.

 

Se profundizará la crisis

 Lo más probable, agrega, es que se profundice la crisis económica humanitaria, bajo el argumento de que Estados Unidos tal parece que apunta a la estrategia de ridiculizar el embargo económico, recordando que no ha dado resultado la opción de debilitar a la base chavista popular, que si bien es más pequeña, aún persiste.

Por su parte, Maira Lozano, investigadora de la Universidad Piloto de Colombia, sostiene en ese sentido que la afectación en la balanza comercial venezolana evidentemente ha impactado en la crisis alimentaria que vive esa nación.

En primer lugar, dice que estas sanciones a Venezuela se han aplicado a lo largo de la historia, como es el caso de Cuba e Iraq que aislaron estos países de los mercados internacionales, e implican que los bloqueos tienen repercusiones económicas, pero también de tipo social, que acaban perjudicando a los más pobres.

Entonces, la ecuación es sencilla: como la mayoría de los venezolanos depende del Gobierno para comer, si el Gobierno se queda sin dinero, la población más vulnerable será en últimas la más afectada.

Examinando la situación venezolana, Lozano resalta que es evidente que el bloqueo económico también impacta a los países vecinos, debido al éxodo de personas que han abandonado ese país, y que se exponen a condiciones precarias de vida.

Por otro lado, llama la atención en que las sanciones de EE.UU. no han logrado que Maduro deje el poder como ha sido la finalidad, asegurando que detrás de todo ello hay una guerra ideológica entre posturas políticas radicalmente opuestas.

Credito
ÁNGELA CASTRO ARIZA

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