De otra parte, debo aludir al talento tolimense, que evidentemente existe y está encarnado o representado en miles de profesionales de todas las disciplinas, muchos con doctorados y otros títulos; en ensayistas y teóricos enjundiosos; en personas que han recorrido el mundo y por tanto pueden contrastar desarrollo con subdesarrollo; en universidades y sus cátedras y áreas de investigación; en notas mediáticas sobre avances de la humanidad; en la diáspora por la cual el Tolima es presencial en todo el mundo. Esto y más, también elemental realidad, lleva a pensar porqué nuestra visión y nuestros esfuerzos no apuntan hacia un Tolima culto; industrializado; próspero; inclusivo; éticamente íntegro; correlacionado cultural, económica y científicamente con el mundo y porqué, con tanta riqueza humana y material, el Tolima en vez de orientarse hacia la prosperidad y la modernidad padece de un atraso creciente.
Correré el riesgo de ser tildado de altanero, pero creo un deber denunciar, como inexplicable contradicción, que, en gran parte y por ello determinante, un Tolima henchido de sabidurías, talentos, utopías, con anhelos de modernidad y hábitat sano, respetuoso de la memoria de sus ancestros, responsable con las generaciones venideras, merecedor de mejor calidad de vida, ansioso de justicia y sosiego y consciente de que debe construir su propia historia, en vez de exaltar una política grande para avanzar hacia esas grandes causas, se arrodilla frente a la pequeña política personalista, venal y caduca que convierte lo cotidiano en camino hacia el atraso. ¿Porqué, con tantas virtudes y valores, caímos en el pequeño politiqueo y el delirio electorero, en lugar de exaltar el espíritu progresista, demócrata, sinérgico y cooperativo o solidario, como fundamentos de una nueva política que nos permitirá reconstruir al Tolima?
Para sumarme a quienes quieren mejor destino para el Tolima, he debido esforzarme para indagar cómo lograr la restauración moral, social, económica y política y cómo convertir esos hallazgos en ideas que pudieran debatirse, mejorarse o rechazarse. Con modestia hoy digo que el suscrito se reconocería como necio si lo sugerido, en tantos años, fuese ignorado por progresistas que logran grandes avances, pero si lo desdeñan quienes no hacen cosa distinta al mediocre y mezquino politiqueo, entonces creo que la necedad anda por otros lados.
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