Ha muerto un gran tolimense

Javier Arango Vila, un ser irremplazable dotado de brillante inteligencia, cuya aguja de marear siempre apuntó hacia la excelencia y que con lo positivo de su concurso y actuación, siempre contribuyó al buen suceso vital de su departamento, como lo demostró en la ADT.

El hecho de estar ausente de estos lares me privó de enterarme oportunamente de la muerte de este gran tolimense y mejor amigo, cuando ésta ocurrió en Medellín en fecha reciente, lo que me ratifica que los más fuertes golpes que nos da la vida causan mayor impacto y duelen más por imprevistos e intempestivos, como éste, a través del que se ha privado al Tolima y a los tolimenses todos de un ser tan caro para su existencia y con el que enfrentamos los muchos momentos que nos brindó un común discurrir, dificultosos algunos, gratos los más.

No en balde, el gran Borges de América nos enseñó en uno de sus magistrales poemas “que el muerto no es un muerto:… Es la muerte…”, la misma que nos pone en evidencia nuestra perecedera existencia y nuestra gran fragilidad.


Tal como desde antaño lo registraban los aborígenes ancestros de este continente en el mito fundacional sobre la efímera vida del ser humano, como nos lo recordó en alguna de sus obras el recientemente fallecido Carlos Fuentes, al incorporar en ella la cosmogonía endémica de estas tierras: “la gran mazorca de la vida que se va desgranando lenta pero inexorablemente”, o como en la rutina diaria cuando se merma el grosor del calendario al arrancar paulatinamente las hojas, en la medida en que van pasando los días.


Javier Arango Vila, un ser irremplazable dotado de brillante inteligencia, cuya aguja de marear siempre apuntó hacia la excelencia y que con lo positivo de su concurso y actuación, siempre contribuyó al buen suceso vital de su departamento como lo demostró en la Asociación para el Desarrollo del Tolima, ADT, desde su dirección ejecutiva y desde su junta directiva, o en la creación de empresa para la región, como la Corporación Forestal del Tolima y Cárnicos del Tolima, la primera de las cuales gerenció por un prolongado período con gran tino, o en los desaparecidos Bancos Industrial Colombiano y Santander, o en el liderazgo de la industria lechera del país.


De padre antioqueño y madre tolimense, dejó las breñas antioqueñas en donde se graduó y fungió como ingeniero y dirigente al lado de ese otro gran líder de la industria nacional, Nicanor Restrepo, para venir a apoyar el desenvolvimiento de esta tierra, con una actividad febril y comprometida, todo refrendado por una honorabilidad y pulcritud a toda prueba, contrastante con el demérito que sufren hoy la ética y la moral en el país.

Con su desaparición se tiene la evidencia de la merma de una gran porción del irrepetible pasado del Tolima, sin que nada podamos hacer para evitarlo, en idéntica sensación a la que experimentamos cuando vemos caer carcomidos por el paso del tiempo aquellos añosos árboles otrora frondosos y robustos, bajo cuya sombra nos amparamos y que alguna vez nos dieron su orgullosa identidad.


En estrecha unión con la familia de la ADT -su casa de todas las horas-, quiero acompañar en fraternal abrazo a su compañera de siempre, Fabiola Garcés, así como a sus hijas Laura y María Fernanda y nietos y a todos sus familiares, tan cercanos a los afectos y querencias de esta tierra y de sus gentes.

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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