“El diablo”, un ser excepcional

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La siesta es uno de los privilegios que tenemos los seres humanos. Esos veinte minutos después de almuerzo tonifican el espíritu, infunden claridad a la mente y renuevan los deseos de vivir.

Precisamente el domingo estaba en ese proceso cuando sonó mi celular. Era mi amigo Carlos O. para contarme que El Diablo había muerto el día anterior en Pereira.

En renovación como estaba se me nubló la vista pero tuve claridad del rostro, los libros y las veces que compartimos con él, ya en Pereira, ya en Bogotá o en Chiquinquirá, versos, leyendas y licor.

Después vino el ahogo por la noticia de su deceso y el dolor que produce saber que un poeta ha muerto.

Dolor de los que quedamos, por supuesto, porque él ya debe gozar del infierno de su paraíso.

Su nombre de ciudadano común era Héctor Escobar Gutiérrez. Así figura en sus libros y en las antologías que recogen muestras de su poesía.

Lo conocimos con Carlos O. en Pereira, cuando el Primer Encuentro de Escritores en 1968, y éramos muchachos, aún crédulos y asustadizos. Por eso cuando se habló de una misa negra oficiada por Héctor, huimos como si nos persiguiera el demonio.

Se autoproclamó el “Papa Negro”, a tiempo que se consideraba demonólogo por los amplios conocimientos que había adquirido de tanto estudiar al demonio en todas sus facetas y en todas sus denominaciones.

Incluso se llegó a decir que Pereira haría moñona porque tenía al Papa Negro y podría tener al Papa de Roma, cuando Darío del Niño Jesús Castrillón Hoyos estaba en el sonajero para suceder al papa viajero. Monseñor Castrillón no era de Pereira, había nacido en Medellín, pero dirigió desde el obispado a los feligreses de Risaralda.

Héctor fue amante del soneto y a él dedicó sus esfuerzos poéticos, con la misma ensoñación con que dedicó sus conocimientos al demonio. Salvo ‘El libro de las baladas’, incluido en su ‘Antología Inicial’, su obra ha estado dedicada a los catorce versos clásicos.

Conservo de su obra los libros ‘Antología inicial’ (1983), ‘Estetas y heresiarcas’ (1987) y ‘El libro de los cuatro elementos’ (1991).

Vean cómo se definía él en un soneto: “Tantrista, goético, del demonio devoto, / asiduo lector de los impíos grimorios, / iniciado en el arte de ritos amatorios, / en el desnudo altar deposité mi exvoto”. Es la primera estrofa de su poema “Autorretrato” (libro Estetas y Heresiarcas, p. 69).

En el último terceto dice: “Mi voz con fe musita su treno diabólico / y a mi ser abrasa un círculo parabólico / en cuyo centro arden míticas hogueras”.

Héctor, un ser excepcional. Estas palabras son una mínima forma de recordarlo.

Lo hago desde el corazón.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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