La monarquía tolimense

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Vargas Llosa se refirió al PRI, el partido que gobernó México durante casi todo el siglo XX, como la dictadura perfecta. Guardadas las proporciones, el Tolima no tiene mucho que envidiarle a esa nación.

Si algo caracteriza a la región, es la falta de liderazgo y renovación política. El departamento está en manos de un puñado de familias que son, a su vez, una sola. Se casan, se divorcian, heredan los puestos y se reconcilian.

La endogamia política es notable. A excepción de algunos miembros del Centro Democrático, el debate ideológico está ausente.

Por supuesto, toda regla tiene excepciones. Políticos como Guillermo Alfonso Jaramillo han intentado deslindarse de su entorno familiar y han gobernado contra la corriente, en partidos alternativos. En últimas, la familia no se escoge.

Pero sí es posible escoger qué tipo de favores familiares se aceptan.

Es impresionante la facilidad con la que un curtido político puede conseguirle puesto a su hijo, como si se tratara de una dinastía. El joven heredero reconoce en los medios que “amigos de su padre” lo ayudaron a llegar a esa posición.

Uno se imagina que tendrá que devolverle el favor al papá, cuando a este se le antoje tomarse otro cargo parecido. Todo queda en familia.

Los mandos medios de la política circulan entre las secretarías del gobierno local y las mineras con intereses en el departamento. La puerta giratoria está bien aceitada, pero cruje cuando el director de Cortolima sale a decir lo que hay que decir, porque ese es su trabajo.

El Tolima merece más políticos como López Pumarejo, que hace 80 años hizo reformas que benefician a las generaciones presentes: la Universidad Nacional, la función social de la propiedad o los derechos laborales.

Necesitamos menos profesionales de la clientela y más defensores de las causas justas. El ambiente, la equidad de género, la justicia social y las víctimas del conflicto necesitan quién los defienda.

Credito
CARLOS LOZANO ACOSTA

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