Cambiar el esquema de negociación

Una de las consecuencias que dejará el episodio del General Alzate, o el “impasse” como lo han llamado el Gobierno y las Farc, es la polarización en torno al proceso de paz.

Las negociaciones habían logrado adeptos tras las elecciones, y luego de la publicación de los acuerdos parciales alcanzados, pues al leerlos la opinión pública entendió que no era cierto el discurso de Uribe respecto a que Santos estaba entregando el país al castro-chavismo. De allí que el proceso haya subido siete puntos. En la encuesta de agosto (Gallup) el 59 por ciento dijo estar de acuerdo con las negociaciones, ahora ese porcentaje había subido hasta el 66 por ciento.

Pero los últimos hechos han reeditado la polarización, gracias, entre otras cosas, a que el Gobierno no logra explicar por qué hay que negociar en medio del conflicto, lo que aprovechan la guerrilla y el uribismo.

El problema está en la lógica que subyace en la negociación. El acuerdo impuesto por el Gobierno fue el de negociar como si no hubiera guerra en Colombia, y guerrear como si no hubiera negociación en Cuba. Lo uno no debería interferir en lo otro. Esto en teoría, pero en la realidad las partes están dispuestas a exigir o a dar según vayan ganando o perdiendo la guerra. Las Farc aceptaron negociar en medio del conflicto, renunciaron a exigir una zona de distensión y a dialogar en el extranjero gracias a los golpes militares.

Pero eso no quiere decir que se sientan vencidas, siguen creyendo que son otro Estado y abrigan la esperanza de cambiar la correlación de fuerzas, en cualquier momento. En otras palabras, aún no terminan de interiorizar la decisión de abandonar la lucha armada. Por su parte, del otro lado, hay sectores que siguen soñando con el aniquilamiento de la guerrilla. Las guerrillas siguen atentando contra oleoductos, incendiando camiones petroleros y atentando contra la infraestructura eléctrica fundamentalmente con un propósito: presionar al Gobierno para llegar a un cese al fuego bilateral. Es por esto que Uribe y las Farc terminan siendo compañeros de viaje, sus discursos y acciones se retroalimentan, para debilitar al Gobierno. Cuando las Farc arremeten militarmente le ayudan a Uribe, pues le dan validez a su discurso, pero cuando éste arrecia sus críticas al Gobierno lo debilita (y ello favorece a las guerrillas), ya que sólo le deja dos opciones: romper el proceso (lo cual sería una derrota) o acelerarlo y llegar pronto a un cese al fuego bilateral, que es lo que las Farc reclaman, para no verse más diezmadas. Así, las negociaciones han resultado ser un juego a tres bandas, en el cual las alianzas se dan según la coyuntura.

Unas veces Gobierno/Farc (como en las pasadas elecciones), otras (la mayor de las veces) Farc/Uribe. El Gobierno tiene que cambiar el esquema de negociación, éste le favorece en lo militar pero le desfavorece en lo político. Y para llegar a la paz se requiere un Gobierno fuerte, algo que ni Uribe ni Timochenko quieren. Se necesita un modelo que desestimule el conflicto, y no al revés.

Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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