Rostros de solidaridad (I)

Alberto Bejarano Ávila

Recuerdo que días después de la tragedia de Armero en algún artículo citaba un inspirador axioma que, como tantos otros sabios axiomas, acabó siendo frase de cajón.
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Señaló el autor cuyo nombre olvidé: “las tragedias no enseñan a sufrir sino a superarse”. Ese desastre que enlutó a millares, a todos nos afectó indirectamente y avivó la solidaridad mundial, mereció muchas promesas estatales, generosa ayuda internacional y juiciosas reflexiones y todo ello vaticinaba que después del 13N del 85 Armero y el Tolima ya no serían los mismos y que la tragedia se convertirá en incontenible fuerza de cohesión social y de progreso.

Mientras Armero y el Tolima lloraban sus muertos, los de siempre abusaban de los auxilios, de los jugosos contratos de reconstrucción y de las exenciones tributarias señaladas en la “ley Armero”. Las lágrimas se secaron, muchos bolsillos se abultaron y al final todo se calmó, la enseñanza de la tragedia se olvidó y el Tolima siguió sumido en el atraso, la politiquería y el centralismo.

Hace poco dije que Colombia no sería la misma luego del 21N y los siguientes cacerolazos y ese sentir, como el anterior, también acabó siendo frase de cajón porque las justas protestas son reformistas y no estrategias para cambiar las estructuras del poder.

Hoy no sé si estoy informado, sobre informado y desinformado sobre el Covid-19 y, además, soy lego en temas biológicos y por ello ésta vez no recurro a opiniones emocionales porque podrían convertirse en frases de cajón y letra muerta; solo pretendo sumarme a la creencia optimista de que pronto lo azaroso pasará y que llegará ese mañana cuando los tolimenses tendremos que enmendar el desastre dejado por la pandemia y, por fin, empezar a construir progreso. ¿Qué hacer? Primero y en oposición al modelo socioeconómico colombiano, seria convenir un modelo socioeconómico propio y digno para el Tolima. De no ser así la tragedia nada habría enseñado y el atraso seguirá inmutable.

Lo segundo es no satanizar más al socialismo como concepto político, pues si, en la realidad, lo social fuese razón de ser del Estado colombiano y no el crecimiento económico, entonces no primaría la exención y protección al poderoso y sí la inversión pública en infraestructura, ciencia y tecnología hospitalaria, agropecuaria y educativa y los trabajadores de la salud, los maestros y los campesinos serían justamente remunerados para que el pueblo colombiano sea sano, educado y bien nutrido y por lo mismo preparado para coadyuvar a un desarrollo humanista basado en una economía poderosa y en gran medida asociativa o cooperativa.

La aciaga pandemia muestra que nuestros miedos se entremezclan y se hacen casi uno solo. El miedo a enfermarnos, a no ser bien atendidos y a no poder alimentarnos es una patología inoculada por un Estado insolidario y no democrático sino plutocrático, al que no perturba el infortunio humano sino el monopolio económico y de ahí que la mezquindad sea catadura aposentada en las cúpulas del poder que se mimetiza con palabrería cínica. Continúa…

ALBERTO BEJARANO ÀVILA

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