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Señaló el autor cuyo nombre olvidé: “las tragedias no enseñan a sufrir sino a superarse”. Ese desastre que enlutó a millares, a todos nos afectó indirectamente y avivó la solidaridad mundial, mereció muchas promesas estatales, generosa ayuda internacional y juiciosas reflexiones y todo ello vaticinaba que después del 13N del 85 Armero y el Tolima ya no serían los mismos y que la tragedia se convertirá en incontenible fuerza de cohesión social y de progreso.
Mientras Armero y el Tolima lloraban sus muertos, los de siempre abusaban de los auxilios, de los jugosos contratos de reconstrucción y de las exenciones tributarias señaladas en la “ley Armero”. Las lágrimas se secaron, muchos bolsillos se abultaron y al final todo se calmó, la enseñanza de la tragedia se olvidó y el Tolima siguió sumido en el atraso, la politiquería y el centralismo.
Hace poco dije que Colombia no sería la misma luego del 21N y los siguientes cacerolazos y ese sentir, como el anterior, también acabó siendo frase de cajón porque las justas protestas son reformistas y no estrategias para cambiar las estructuras del poder.
Hoy no sé si estoy informado, sobre informado y desinformado sobre el Covid-19 y, además, soy lego en temas biológicos y por ello ésta vez no recurro a opiniones emocionales porque podrían convertirse en frases de cajón y letra muerta; solo pretendo sumarme a la creencia optimista de que pronto lo azaroso pasará y que llegará ese mañana cuando los tolimenses tendremos que enmendar el desastre dejado por la pandemia y, por fin, empezar a construir progreso. ¿Qué hacer? Primero y en oposición al modelo socioeconómico colombiano, seria convenir un modelo socioeconómico propio y digno para el Tolima. De no ser así la tragedia nada habría enseñado y el atraso seguirá inmutable.
Lo segundo es no satanizar más al socialismo como concepto político, pues si, en la realidad, lo social fuese razón de ser del Estado colombiano y no el crecimiento económico, entonces no primaría la exención y protección al poderoso y sí la inversión pública en infraestructura, ciencia y tecnología hospitalaria, agropecuaria y educativa y los trabajadores de la salud, los maestros y los campesinos serían justamente remunerados para que el pueblo colombiano sea sano, educado y bien nutrido y por lo mismo preparado para coadyuvar a un desarrollo humanista basado en una economía poderosa y en gran medida asociativa o cooperativa.
La aciaga pandemia muestra que nuestros miedos se entremezclan y se hacen casi uno solo. El miedo a enfermarnos, a no ser bien atendidos y a no poder alimentarnos es una patología inoculada por un Estado insolidario y no democrático sino plutocrático, al que no perturba el infortunio humano sino el monopolio económico y de ahí que la mezquindad sea catadura aposentada en las cúpulas del poder que se mimetiza con palabrería cínica. Continúa…
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