No a la revocatoria

Alberto Bejarano Ávila

Si revive el trámite de revocatorias y me invitan a firmar la solicitud de revocar “el mandato” del Alcalde de Ibagué mi respuesta será negativa, y no porque crea que su gestión es eficaz, sino porque la generalizada ineptitud y la falta de transparencia en la administración pública no inició en 2020 sino que es la constante desde el tiempo de upa.
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Desempleo, subempleo, red vial deteriorada e insuficiente, semaforización obsoleta, abandono de vías rurales, caos en la movilidad, incertidumbre e insuficiencia del acueducto, deficiente alumbrado público, debilidad empresarial, inseguridad, corrupción y más problemas históricos no se solucionan de la noche a la mañana y menos con engendros revocatorios sin pies ni cabeza.

Tal vez muchos ciudadanos hastiados de la ineptitud y la sordidez crean ingenuamente que cambiando alcaldes solucionamos los graves problemas, pero, sin duda alguna, el verdadero propósito de los revocadores no es trasformar a Ibagué, sino abrir espacios electorales para hacer lo que de dientes para afuera rechazan. Como candidato a ochentón (para mí la única candidatura hoy posible) puedo decir que en sesenta años no conocí un alcalde ibaguereño realmente histórico y por ello creo que el problema no es de alcaldes sino de cultura laxa y nada crítica que admite que con “palabras placebo” y pequeñas obras que cualquier novato haría, nos alienen para que todo siga de mal a peor. Dice un aforismo árabe: “la primera vez que tú me engañes la culpa será tuya, la segunda ya será mía”. ¡Y ya llevamos mil veces!

El editorial de END del lunes pasado dice: “las soluciones también se han expuesto: crear una política pública de empleo, atraer inversión, establecer un diálogo permanente en el que participen sectores productivos, academia y trabajadores, estimular la formalización del empleo, promover emprendimientos sostenible, conformar un sistema de información laboral efectiva; aumentar la inversión en las empresas, crear programas de capacitación adecuados a la necesidad empresarial, fomentar la competitividad”. Desde luego éstas son ideas válidas y lógicas, pero son las mismas que he oído por sesenta años, hecho que, de no refutarse, revelaría que en doce lustros no hemos logrado “coger el toro por los cuernos”.

Al evocar elogios y autoelogios sobre aptitudes, inteligencia, honestidad, amor por el Tolima y más apologías a políticos y mandatarios, surge una pregunta: ¿porque “tanta inteligencia, idoneidad y rectitud”, en tantos años, causó los tristes efectos que vemos en las calles? Mi franca opinión es que el delirio desarrollista impide entender que vivimos una cierta y larga era de decadencia moral y política que el Tolima debe superar si desea lograr el desarrollo.

Digo no a la revocatoria, pero, si bien a ello nadie invita, sí firmaría por un proyecto político tolimensista (ideas y partido) o para crear espacios reales de diálogo; igual estaría presto a opinar sobre porqué “tan preclara agudeza” causa hechos catastróficos, porqué el intelecto tolimense no es funcional y sobre cómo vencer la decadencia para iniciar una nueva era.

ALBERTO BEJARANO ÀVILA

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