El afán de figurar

Alberto Bejarano Ávila

Doloroso pero aleccionador fue para mí el grotesco show que con las vacunas del Covid-19 protagonizaron el Presidente, altos dignatarios del Estado y numerosos funcionarios en los departamentos y municipios. Ellos, como en otros momentos trágicos de los colombianos, no ahorraron tiempo ni recursos para obtener beneficios de tanta desgracia causada por la pandemia y, en vez de obrar con presteza, eficacia, abnegación y discreción, como se espera de gente sabia, idónea, ética y coherente, mostraron su real índole posando para fotos que revelan la poquedad gubernativa en un ya largo y decadente tramo de la historia nacional.
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Ahora se suman muchas más reflexiones sobre el necio hábito de gobernantes y subalternos de valerse hasta de la tapada de un hueco para “robar pantalla” y sobre porqué esa práctica da resultados. Pienso que ello es posible porque hace rato se desmadró la obscena simbiosis de estupidez, megalomanía y corrupción que sin barrera alguna avasalla porque existe o lo procesan, un cóctel de ignorancia, alienación y necesidad. El aguante masoquista y el sádico abuso pervivirán hasta cuando a lo largo y ancho del país unos líderes idóneos y socialmente sensibles y comprometidos decidan trabajar en equipo para ocasionar lo que denominaría un big bang de regiones, contextualizadas, históricas, democráticas y modernas.

Para saber si estoy siendo fundamentalista o injusto al censurar el afán de figurar de muchos líderes públicos y para entender el porqué de ese exagerado afán, me basta con recordar el enorme desastre social que se produce en un país asediado por la corrupción, la violencia y la desigualdad. Las cifras y las tristes imágenes de la catástrofe social son inocultables, pero se disimulan con falsas percepciones de eficacia y humanismo y de ahí el afán de figuración (como en las vacunas), pues es artimaña eficaz para confundir la objetividad, la verdad y el espíritu crítico y así proteger impunemente el circulo vicioso de egocentrismos, hegemonías y avaricias que no tienen llenadero y que generalmente se alimentan de la corrupción. 

En el Tolima el afán de figuración cumple los mismos fines, pero a escala regional y ayuda a cumplirlos a escala nacional y, de paso, nos lleva a confundir tarea urgente (vías, seguridad, servicios públicos, salud, educación, etc.) con misión cardinal (el desarrollo regional) y por tanto con labia, inauguraciones y anuncios ‘buchipluma’ gobernantes y políticos siempre nos hacen creer que vamos por la vía del desarrollo cuando apenas giramos como en tiovivo.

Concluyo diciendo que el afán de figuración es señal de un mal aún más grave que casi todos padecemos pues, como en un circo romano, quienes no hemos levantado o bajado el pulgar para eximir o castigar la actuación de los gobernantes sin entender que, aunque en diversas graderías, todos estamos en el mismo mal circo y que la solución correcta es cambiar el mal circo por un espectáculo decoroso y edificante donde los actores no engañan a la audiencia, sino que se esfuerzan para satisfacer sus intereses y así merecer sus dignidades políticas.

ALBERTO BEJARANO ÁVILA

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