El tamaño de los sueños

Alberto Bejarano Ávila

Por aquellos aciagos días vividos por los armeritas y todos los tolimenses oí, de un autor que ahora no recuerdo, esta vivificante frase, “las tragedias no enseñan a sufrir sino a superarse”, frase citada en un editorial de la revista “Signos y Hechos” y que luego alguien reprodujo en el dintel del derruido hospital de Armero.
PUBLICIDAD

Hoy, desoyendo regaños de los “evangelistas de ‘las buenas maneras’”, seré franco afirmando que, a los tolimenses, las desgracias nunca nos enseñaron a superarnos sino a ser dóciles, a soñar en pequeño, a colocar por abajo el rasero del progreso, la modernidad y la prosperidad social y a esperar con estoicismo que, en cada cuatrienio, lleguen los mesías y así entonces, de no cambiar, jamás tendremos mejor futuro porque nuestra visión del mañana órbita en un decadente tiempo circular.

Mucha literatura cuenta como países y regiones, devastadas por guerras y otras tragedias, resurgieron para forjar modernidad y alto nivel de calidad de vida, entre ellos, Japón, Corea, Taiwán, Vietnam, países nórdicos y más. Porque la vida me permitió recorrerlo, hablar con algunos de sus líderes, saber algo de su historia y su política, estudiar textos y ver resultados de su espíritu emprendedor, observar el empuje cooperativo, compartir con tolimenses allí residentes y, por breve lapso, colaborar profesionalmente con Vitoria, su capital (hermanada con Ibagué), el País Vasco (un tercio del territorio tolimense), asolado por la guerra civil, hoy es uno de mis referentes de región, no para fungir de copietas, sino para entender cómo ese territorio resurgió del dolor y se convirtió en región próspera de Europa.

El Tolima, que igual sufrió tragedias, como la violencia de los años cincuenta, la colonización económica y cultural, la invasión politiquería nacional procreada por el Frente Nacional, la tragedia de Armero, los continuados desarraigos, la corrupción y tantas otras desdichas, va en contravía de aquellos referentes de superación, porque los tolimenses nos habituamos a una aplanadora regresiva que impone una lógica política miope para que no imaginemos al Tolima con ambición y visión de prosperidad. Así es como el político plantea, como “grandes ideas”, acabar “trancones”, pavimentar vías, llevar agua, arreglar semáforos, cuidar árboles y más propósitos que incumplirá, porque su “magín político” le impide saber que esas reales y sentidas necesidades solo son superables por el desarrollo y sus riquezas y que, mientras no construyamos el desarrollo, es imposible reparar plenamente tantas miserias y, por ello, cuanto digan, será palabrería ingenua, desarticulada, romántica u oportunista.

La corta visión del futuro se hizo cultura y, mientras esta guíe la política, sufriremos muchas plagas, en particular esa mezcla de codicia y personalismo que, porfío, divide al Tolima y nos impide ver el todo y, sin el todo, no habrá correcto rumbo hacia la prosperidad. Pilares de la buena política son las grandes ideas y pilastras del electoralismo son los pequeños intereses personales y por ello, así elijamos buenas personas, nada relevante ocurrirá y quemaremos otro cuatrienio porque, sépase, el mesianismo no hace milagros.

 

ALBERTO BEJARANO

Comentarios