Descabelladas propuestas

Alfonso Gómez Méndez

Esta pandemia –sobre la cual se ha dicho prácticamente todo- puso “patas arriba” al mundo y a Colombia.  Cambió la política nacional e internacional, la economía, las costumbres sociales y aun las relaciones familiares. En algunos temas puso al descubierto, o bien las deficiencias del Estado,  o -como lo señala en entrevista para este diario (domingo 26) el expresidente uruguayo y maestro de la vida, Pepe Mujica- la inconveniencia de haber “satanizado” el papel estatal en asuntos claves como  la salud.
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Pero de otra parte ha dado rienda suelta a toda clase de ideas y propuestas -muchas claramente oportunistas o de ramplón populismo- lanzadas en procura de vitrina para sus autores. Muchos políticos han querido aprovechar la ocasión para mantener o adquirir vigencia cabalgando sobre el coronavirus.

Desde luego, hoy todo el mundo es experto en medicina, epidemiología, salud pública; y más de uno aspira conseguir un prematuro grado como estadista. Aislados en nuestras casas, todos estamos sometidos a lo que digan los informes “científicos”: desde minimizar los efectos del Covid-19 hasta asustarnos un día sí y otro también con la “chorrera” de muertos que no tendrán sepultura, y que supuestamente estaríamos enterrando en fosas comunes en los parques. El asistencialismo -inevitable en una situación como esta- ha servido para que alcaldes y gobernadores en trance de conseguir votos repartan los mercados colocándoles etiquetas con su nombre o logos políticos, o sus electores, como si hubieren sido comprados de su bolsillo.

En general los programas asistencialistas aquí y en todas partes se prestan para su aprovechamiento político-electoral y no faltan quienes en medio de la angustia tratan de mostrarse como salvadores con soluciones que suenan bien a  gentes desesperadas que no tienen  qué comer.

Para mostrarse “generosos”, algunos parlamentarios anuncian con bombos y platillos -más cámara o micrófono incluido- que donan la mitad de su sueldo para luchar contra el coronavirus,  gesto que sería hasta noble si no fuera tan publicitado. Pero no sirve para nada  ante la magnitud del problema. Lo mejor que pueden hacer los congresistas es cumplir con sus obligaciones, particularmente en el terreno del control político.

En medio de la confusión a otro se le ocurrió volver al debate sobre el tamaño del Congreso  planteando reducirlo a la mitad, para decir que el dinero ahorrado podría destinarse a comprar tapabocas, desinfectantes, jabones o respiradores. Ellos saben que esa idea -que nada tiene que ver con la actual discusión sobre la pandemia- requiere una reforma constitucional que no entraría en vigencia antes de dos años, o sea cuando ya -ojalá con la ayuda de verdaderos científicos- el coronavirus sea cosa del pasado.

El Congreso, antes que donar parcialmente el sueldo para comprar desinfectantes, debería empeñarse en la desinfección moral con el ejercicio implacable del control político.
Y por si algo faltara, otro “ingenioso” político soltó la idea de pedirle al Presidente que “intervenga” el Congreso…  ¿para cerrarlo? Por motivos distintos, pero con una idea igual de peregrina, en 1949 Ospina Pérez lo cerró –ocasionando una ruptura institucional por casi diez años- aduciendo que ¡el funcionamiento del parlamento era incompatible con el mantenimiento del orden público!

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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