Vicepresidencia: ¿cargo o expectativa?

Alfonso Gómez Méndez

Con la autoridad que le confiere haber sido el primer Vicepresidente elegido después de que la Constitución del 91 restableciera la figura de la Vicepresidencia, el exministro, ex Registrador e intelectual grecocaldense Humberto de la Calle abrió en El Espectador (mayo 3) el debate sobre la conveniencia de suprimir esa institución.
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En 1994, después de haber competido como precandidato con Ernesto Samper y a pesar de publicitada resistencia inicial, De la Calle aceptó ser su fórmula, siendo elegidos en “pacha” como Presidente y Vicepresidente, respectivamente. Fórmula ganadora, pues con su inclusión el samperismo consiguió el esquivo apoyo del entonces presidente Gaviria. La Vicepresidencia, existente desde las primeras Constituciones, varias veces ha sido creada, suprimida y reemplazada por el Designado.

La última, cuando el dictador Rafael Reyes -por considerar incómodo para sus fines de perpetuación al Vicepresidente González Valencia- decidió acabarla, como a menudo lo recuerda Óscar Alarcón, con el auxilio del nuncio apostólico que en Duitama convenció a González de renunciar a cambio de levantarle unos votos de castidad, incómodos para quien aún no era indefenso “abuelito” pues apenas frisaba los 40 años.

Caído el dictador en 1910 y restablecido en buena parte el Estado de Derecho, pero no la Vicepresidencia, se creó la Designatura, prevista para suplir al jefe de Estado en caso de falta absoluta o temporal. Había cierto temor a la Vicepresidencia desde que su titular, el 31 de julio de 1900 y con el concurso de un sector del Ejército, le diera el golpe de Estado al anciano Sanclemente, enfermo y residente en Anapoima.

Desde entonces se teme que el Vicepresidente -en cuanto tiene el mismo origen popular del Presidente- se pueda convertir en conspirador. Por tan absurda idea, aún hoy existe la prohibición de que, como sería lógico, el Vicepresidente reemplace al titular en sus viajes al exterior y nos inventamos la figura del ministro delegatario. Llámese Vicepresidente o Designado, su única misión es suceder al Jefe del Estado en caso de muerte, renuncia aceptada o destitución.

En el pasado se decía que lo único que tenía que hacer el Vicepresidente era llamar diariamente al Palacio de la Carrera a preguntar por la salud del primer Magistrado. Entre 1910 y 1991 la figura del Designado –sin cargo, ni sueldo, ni sede propia- funcionó sin problemas-.

Era un ciudadano común con una mera expectativa dependiente de los designios de Dios o de la política. Muchos colombianos ilustres fueron Designados. Entre los más recordados están Eduardo Santos, Darío Echandía, Rafael Azuero Manchola, Julio César Turbay, Víctor Mosquera Chaux, Alberto Lleras, Álvaro Gómez y Juan Manuel Santos. Como Designado, Lleras Camargo, con solo 39 años, fue Presidente en 1945 por un año.

Echandía lo fue por casi igual periodo en 1943. La Carta del 91 cambió la figura y le dio al Presidente la posibilidad de asignarle “cargos” -antes eran solo encargos- al Vicepresidente. Por cierto, con De la Calle estrenaron el insólito ritual de posesionar al Vicepresidente al tiempo con el Presidente. Y se construyó la hermosa casa vicepresidencial.

Como parte de una reforma estructural del Estado, se podría acoger la propuesta del jurista De la Calle y resucitar la Designatura provista con un ciudadano sin cargo y solo con la mera expectativa de reemplazar por precisos motivos al Presidente. O sea, alguien limitado a esperar el turno... si es que llega. Se podría aprovechar también para replantear el número de las llamadas “altas” cortes, y el origen, atribuciones y estructura de las “ías”.

 

Extraña prohibición

Como por causa de la pandemia los parlamentarios han podido ensayar las sesiones virtuales, lo ideal es que poco a poco sesionen en forma presencial y en amplios espacios, que los hay en Bogotá, para trabajar debidamente distanciados. Si María José Pizarro, Katherine Miranda, Inti Asprilla y otros congresistas de su bancada, quieren ir al Capitolio, con las debidas precauciones, carece de sentido impedirles la entrada, a no ser, que se dificulte por el pico y género de la alcaldesa Claudia López.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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