¿Arde el Cauca?

Alfonso Gómez Méndez

Hace unos meses escribí sobre la crítica situación social y de orden público vivida en el departamento del Cauca, región por la que guardo especial afecto dado que fue la patria chica de mi padre, Federico, natural de Miranda y quien de allí salió al Tolima, donde nací.
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Hoy lo hago de nuevo al ver que casi con generalizada indiferencia, la violencia se ensaña contra gentes humildes, líderes sociales, indígenas, laboriosos campesinos, desmovilizados que entregaron armas y donde, como escribió el compositor Jorge Villamil, “no se respetan ancianos, las mujeres y los niños”. Nada más en los últimos días los relatos son escalofriantes.
La revista Semana en un completo informe cuenta como fue el crimen de Álvaro Narváez Daza. Los asesinos -al parecer disidentes de las Farc- le “cobraron” ser líder en la sustitución de cultivos, y lo atacaron en su vereda, en Mercaderes, junto a su esposa, su hijo y una nieta de quince años. De milagro se salvaron un hijo y dos niños de 4 y 7 años.
Noticias Uno y El Espectador, informaron del asesinato de Armando Muñoz de 35 años y su hija de 9 meses en Suárez (Cauca), supuestamente porque los grupos criminales querían hacer respetar la “cuarentena”!!! Y días antes fue asesinado igualmente en Suárez, Eduardo Medina, Comunero indígena. La cadena criminal no cesa.
El gobernador del Cauca, Elías Larrahondo, se declara impotente frente a la feroz arremetida. El alcalde de Mercaderes dice que siente temor. Alarmado, el defensor del Pueblo (DP) Carlos Negret, le dice a Cecilia Orozco que “los criminales no respetan toque de queda (TQ)”.
Y ese es el punto. ¿Qué explica que a un departamento donde -como hoy se dice- ha aumentado exponencialmente la fuerza pública, criminales de todos los pelambres -elenos, disidentes farianos, narcos, o todos juntos- lo azoten de tal manera y el Estado  no sea capaz de ponerles tatequieto?
Si el Estado moderno existe esencialmente para  preservar la seguridad y la vida de los ciudadanos, ¿qué  falta para que recupere el sosiego y la tranquilidad en el Cauca, ante todo en el norte? ¿Y cómo entender que mientras todos estamos encerrados por temor al contagio, para los criminales no rijan ni el pico y cédula, ni el pico y género, ni el TQ? La indiferencia, en parte porque el coronavirus se “trague” la agenda pública, no puede ser la respuesta.
La máquina criminal de que vengo hablando tampoco para en el bajo Cauca antioqueño, el Catatumbo o la Costa Pacífica nariñense. Es inconcebible que el “encierro” rija para los ciudadanos de bien y no para los delincuentes de toda laya. Y no se entiende cómo el miedo al coronavirus y sus fatales consecuencias imponga que debamos aceptar el recorte de libertades individuales para salvar vidas.
Años atrás, cuando se sugirió una medida como el empadronamiento que rige en los países civilizados y en virtud del cual el ciudadano debe reportar a la policía todo cambio de residencia, hubo tal reacción en contra que el debate se ahogó en la cuna. Hoy, sin desconocer la necesidad de muchas de las medidas, la situación ha sacado a relucir el pequeño corazoncito autoritario de algunos mandatarios regionales.
El TQ se usó durante la Violencia por motivos de orden público. De niño lo viví en Chaparral y nunca pensé volverlo a ver. Si de evitar aglomeraciones se trata, ¿por qué  pensar que estas se dan en las noches? Encerrar a la gente entre 6 p.m. y 5 a.m. no parece la mejor forma de lograrlo: el viernes santo, a puerta cerrada, 40 personas estaban reunidas en un burdel en Villavicencio. Encerrar a la gente da sensación de poder, propicia para  torpes “alcaldadas”.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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