Del “Bogotazo” a la política actual

Alfonso Gómez Méndez

La semana pasada hubo muchas referencias al 9 de abril de 1948. Ese día, que partió en dos la historia de Colombia, fue asesinado el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, seguro sucesor del conservador Ospina Pérez para el periodo presidencial de 1950-1954.
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Es una lástima que las nuevas generaciones sepan tan poco de los hitos que, para bien o para mal, jalonaron nuestra accidentada historia política. Un joven de hoy, por la televisión, las series y las redes sociales, seguramente sabe más de Pablo Escobar, Rodríguez Gacha, “el tomate”, “el mugre” o “Popeye”, que de la vida de hombres como Jorge Eliécer Gaitán o Luis Carlos Galán Sarmiento.

Gaitán fue un hombre del pueblo, nacido en un humilde barrio bogotano, hijo de una maestra y de un librero que, por su disciplina, talento, estudio y dedicación, escaló las más altas dignidades del Estado, salvo la Presidencia que le arrebataron los asesinos cuando estaba al alcance de su mano. 

Se graduó con honores de la Universidad Nacional en 1924 y presentó una tesis laureada sobre “las ideas socialistas en Colombia” que aún tiene vigencia. Con recursos propios derivados del ejercicio de su profesión de abogado penalista viajó a Roma, donde fue discípulo de Enrico Ferri, y escribió un trabajo científico titulado “Un criterio positivo de la premeditación”. 

Su condición de voraz lector lo convirtió en un hombre culto con extraordinaria facilidad de expresión y, tal vez, en el orador parlamentario y popular más arrollador en la historia de Colombia. 

En sus primeros años en la vida pública cuando el liberalismo debía, para usar la frase de Uribe Uribe, “abrevar en las aguas del socialismo”, fue su militante, y elegido representante a la Cámara. Después de su regreso triunfal de Italia como penalista -sin oficina de prensa incorporada-, comenzó su fulgurante carrera con el debate sobre la masacre de las bananeras en 1928. Como experto criminólogo recogió las pruebas, recibió testimonios, hizo inspecciones para ese documentado y elocuente debate, que sacudió al país de entonces. 

Valdría la pena que en las facultades de derecho volviera a leerse ese debate. Cuando comenzando la década del 30 consideró que su partido no se comprometía seriamente con las causas populares, fundó la Unión Nacional de izquierda Revolucionaria. Aceptó democráticamente la derrota y se reincorporó al partido liberal. Además de una prolífica actividad parlamentaria, fue alcalde de Bogotá, Ministro de Trabajo y de Educación. Sus defensas penales electrizaban a los jurados de conciencia. 

Curiosamente su última actividad no fue como político sino como penalista, defendiendo a un teniente del Ejército acusado de matar a un periodista en Manizales, y consiguiendo su absolución al filo de la media noche en el entonces Palacio de Justicia que ardería en llamas al día siguiente. Primera quema de un Palacio de Justicia. Su prolífica vida lo llevó también a la academia, siendo profesor de derecho penal y rector de la Universidad Libre. Combinó magistralmente el pensamiento con la acción política y no sacó provecho electoral de su condición de docente. 

Derrotado por la división con el candidato oficialista Gabriel Turbay, siguió en la lucha y, en unas elecciones de mitaca (1947), derrotó al oficialista Eduardo Santos, quien en gesto que ahora no se usa, aceptó la derrota y le entregó al disidente Gaitán las llaves de la dirección liberal que por cierto ahora andan como perdidas.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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