Del cohecho político a la “mermelada”

Alfonso Gómez Méndez

A propósito del accidentado trámite de la reforma tributaria -de rimbombante nombre- se ha puesto de moda la palabra “mermelada”, que un politólogo extranjero asociaría con un desayuno, y no con un caso de compra de votos en el Congreso, práctica por cierto muy poco novedosa en la política colombiana.
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La expresión, ha sido el resultado de una extraña distorsión gramatical. Aun cuando se hubiese usado antes, la puso de moda el exministro Juan Carlos Echeverry, quien durante la administración Santos sacó adelante la reforma a las regalías por el petróleo. El entonces ministro, refiriéndose a las regalías, usó una metáfora para afirmar que estas eran como la mermelada que debía cubrir toda la tostada. Es decir, tenían que rendir para llegar a todas las regiones de Colombia, ya que el subsuelo es de la nación.  

No se sabe en qué momento se produjo la transmutación y comenzó a utilizarse el término como símbolo del cohecho político, entendiendo por la repartija de puestos, a veces contratos y otras canonjías, a cambio de esquivos apoyos en el parlamento. 

Eso no era necesario cuando había partidos y los congresistas votaban o no los proyectos, bien desde el gobierno o desde la oposición. Se volvió pecaminosa costumbre en el régimen presidencial, sobre todo a partir del Frente Nacional, para cuadrar las mayorías que no se tienen.  

Hay sin embargo una vieja y divertida anécdota que refiere el escritor e historiador Benjamín Ardila Duarte. Relata él que en el año treinta el liberalismo recuperó el poder por cuenta de la división conservadora y ganó la presidencia, pero no las mayorías en el Congreso. 

Necesitándolas, el presidente Olaya le pidió a sus amigos que convencieran con puestos a unos cuantos conservadores para que votaran sus proyectos. Cuando llegaron los buenos resultados, Olaya, refiriéndose a los volteados, usó la expresión “qué traidores tan leales”. 

Años más tarde, durante la dictadura militar del General Rojas, surgió el grupo de los “liberales lentejos”. En verdad, el “voltearepismo” -impulsado por puestos- vino a germinar con la desaparición de los partidos. 

Tal vez, el más significativo se dio en 1997. Horacio Serpa era el candidato oficial del Partido Liberal y un grupo de “lentejos”, reunidos en el antiguo Teatro de la Comedia en Chapinero, fundaron “Cambio Radical” para atravesársele a la candidatura liberal. Esos votos manejados por muchos que aun están vigentes le hicieron falta al liberalismo. 

Muchos de ellos, ya elegido Pastrana, entraron a ministerios y embajadas. El liberalismo perdió la presidencia pero conservó las mayorías en el Senado. Sin embargo, algunos llevados por eso que Gaitán llamaba “las cosas de comer” se voltearon y eligieron al conservador Fabio Valencia Cossio -con los votos de los senadores liberales “trasteados”-, quien para entonces y al posesionar a Pastrana pronunció la famosa frase “cambiamos o nos cambian”. Creo que no pasó ninguna de las dos cosas. 

A raíz de la preclusión a Ernesto Samper en 1996, por parte del Congreso, la Corte ordenó investigar a los Representantes a la Cámara que habían votado a favor, no por el voto en si, sino para establecer si habían recibido beneficios. 

La Corte Constitucional, en aplicación del principio de la inviolabilidad parlamentaria y resolviendo una tutela de Viviane Morales, ordenó el archivo de las diligencias.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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