¿Pasó algo el 13 de marzo?

Alfonso Gómez Méndez

Habrá tiempo para analizar todas las particularidades de lo que ocurrió el domingo pasado, tanto en las elecciones para el Congreso, como en las consultas dirigidas a la escogencia del candidato a la presidencia. Por ahora, solo quiero ocuparme de algunas de las más protuberantes falencias de nuestro sistema político y electoral.
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Ya casi nadie le para bolas al hecho de que la alta abstención que se presenta en las elecciones es una demostración –una más– de que aún amplios sectores ciudadanos se desentienden de la forma como se integra el sistema político institucional en la Nación. Esta vez la abstención fue del 55%. Y parecería que entre votos en blanco, nulos y no marcados, se perdieron más de dos millones de votos, con los que se hubieran elegido dieciséis senadores

El sistema de la doble vuelta para la elección presidencial, busca el objetivo loable de que quien resulte elegido jefe del Estado, lo sea por una mayoría suficiente, que de un lado –por el mecanismo de las alianzas– pueda aunar apoyos parlamentarios, y de otro, evite que se llegue con respaldos por debajo del cincuenta por ciento, que conduzcan a situaciones discutibles como en 1970.

Pero la utilización reciente de las consultas, un tanto distorsionadas, ha llevado a que en la práctica tengamos no dos, sino tres vueltas Presidenciales. Las consultas o primarias, como se les conoce en otras partes, buscan que cuando existen varias aspiraciones al interior de un partido, sus militantes tengan un mecanismo democrático que evite la división y garantice el triunfo.

Pero como nos quedamos sin partidos, lo que vimos ahora fue una ‘asociación’ entre candidatos a quienes lo único que los une es el deseo de ganar, sin que exista realmente cohesión ideológica o programática, en cada una de ellas, los aspirantes habían servido a distintos gobiernos de las más disimiles orientaciones.

Afloraron, por cuenta de la excesiva regulación de la política, la utilización sin sustento de las siglas de organizaciones que muchas veces no obedecen a partidos reales. Fajardo tuvo que echar mano de la ASI (Alianza Social Independiente), y el respetable y curtido Humberto de la Calle, del partido Verde Oxígeno de Ingrid Betancourt.

Por eso era difícil para los votantes decidirse por una u otra ‘consulta’. Como hay financiación estatal y presencia en los medios, quienes no las utilizan están en situación de desventaja y por eso creen que es válido inventarse alguna. Tienen más dinero y más figuración. Y de otro lado, se extiende la ya de por sí larga etapa de la elección presidencial.

Casi que vivimos en campañas permanentes; hay que reducir su duración. La distorsión es tal que por ejemplo, el partido conservador repitió su ya sólida cifra desde hace varios años, de dos millones de votos para el Congreso, pero solo le puso menos de ochocientos mil a su candidato. A la inversa, Juan Manuel Galán, para la consulta sacó una cifra muy cercana al umbral y no lo logró para el Congreso, a pesar de tener una lista de lujo. Y Petro logró más de cinco millones de votos en la consulta, y para su lista al Congreso, solo alcanzó un poco más de dos millones. Las consultas tienen que ser entre los partidos, claro está, cuando los recuperemos. Así mantendríamos el sistema original de la Constitución del 91 de doble vuelta.

La cohesión del Pacto Histórico con lista cerrada le dio una participación en el Congreso que nunca antes había logrado la izquierda. Y algunas organizaciones políticas, cada cuatro años, mueven la misma ‘estructura’ –algunos la llaman maquinaria– que les mantiene su capacidad de negociación, sin opción real de alcanzar la Presidencia. En buena parte siguió haciendo de las suyas el nepotismo.

Se heredan los votos de organizaciones políticas de personas que han sido condenadas o procesadas; hasta se eligen candidatos estando ellos mismos con serias investigaciones a cuestas en la Fiscalía o en la Corte Suprema de Justicia, y a los partidos que los avalan, poco les importa que después les aplique la ‘silla vacía’. Y, eso sí, como en cada elección, surgen algunas figuras nuevas y no siempre con vocación de permanencia.

Ojalá que se aprovechen estos cuatro años para enseriar el sistema político, y hacer más legítimo el mecanismo electoral.

ALFONSO GÓMEZ MÉNDEZ

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