Un ídolo con pies de barro que se consagró en el podio de la infamia

Las maniobras fraudulentas, las trampas y los amañados resultados de los narcos apenas si prefiguraron el negocio vulgar en el que la actual camarilla heredera de la cultura del delito iba a convertir la fábrica de ilusiones de un pueblo que hasta hoy las ha perdido casi todas.

El deporte de multitudes que en nuestro medio gobernaron por mucho tiempo gentes de bien como Jorge Guzmán Molina en representación de nuestro Deportes Tolima, fue tomado por asalto por los carteles de las drogas de aquel entonces, el de Medellín de Pablo Escobar, el de Cali de los Rodríguez Gacha, el del Magdalena del “pelao” Zúñiga, el de Cartagena de William Rodríguez, el del “loco” Barrera en Bogotá y muchos otros de su misma laya, como evolución gradual de una pesadilla que llevó a la cima a equipos que por su espurio origen no debieron haber salido del barro y la cima en los que reinaban su dirigentes.

Y en la década de los 90 de la pasada centuria, amenazaron y dieron muerte a árbitros, compraron consciencias y resultados, como se dice acaeció con la Copa Libertadores que ganó el Atlético Nacional, asesinaron a figuras como Andrés Escobar y corrompieron jóvenes talentos que debieron haber debido descollar si otros hubieran sido los escenarios, haciéndoles ver con su ejemplo a los jóvenes de entonces que el camino recto era el equivocado y que la ruta más corta entre dos puntos -contrario a lo que se enseñaba en las aulas-, era el enriquecimiento fácil que brindaba el ilícito comercio de estupefacientes.

Y fue aquel ambiente el caldo de cultivo del sicariato y el pandillaje, el mismo en el que creció y descolló Hernán Darío Gómez, asegurándose un lugar en el podio de la infamia.

Desde el cual saltó ayudado de esos otros sucesores legítimos de aquella cultura mafiosa e integrantes del comité ejecutivo (?) de la Federación Colombiana de Futbol, Colfútbol, Luis Bedoya su presidente, Álvaro González, Alejandro Hernández y Herney Portilla, a la selección Colombia, trasmutado en paradigma de nuestros aficionados y deportistas.


Donde ahora ratifica sus calidades éticas y sus valores sociales embriagándose cual cochero de manera pública en un bar de la capital y, para honrar su alias, golpea a una mujer, cualquiera que ella sea, el fin de semana anterior, en conducta que sus mentores justifican y al parecer comparten al apoyarlo tácitamente con el sepulcral silencio que hasta el momento han guardado y con la amenaza de su ratificación que con insistencia se rumora.


Como si la historia de nuestras instituciones no estuviese ya plagada de indignidades e insanias, a esto se le añade hoy una dirigencia deportiva que contemporiza con la violencia y la agresión de género, menosprecia la mujer y avala el vicio del alcohol, puerta de entrada a la drogadicción e idóneo caldo de cultivo del delito.    


Qué bajo hemos caído, pero lo grave es que seguimos cayendo sin fin.

Credito
MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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