Crisis sindical

Un aspecto relevante de esta época es la crisis del sindicalismo. El número de trabajadores vinculados a sindicatos ha disminuido de manera impresionante. Esto es grave para la democracia y para los trabajadores.

Para la democracia porque los sindicatos constituyen válvula de escape que evita que la relación trabajo capital explote. Los sindicatos impiden que los patrones arrollen a los trabajadores y les extraigan todas las ganancias de su capacidad productiva.

Y es malo para los trabajadores porque quedan expósitos, desorganizados e inermes frente a patrones, siempre más poderosos, perdiendo posibilidades de mejorar su calidad de vida, la de sus familias y contribuir con el desarrollo del país.

Hay varias razones para explicar esta crisis. Algunos patronos han recurrido a todo tipo de artimañas, incluyendo las amenazas y la desaparición física, para destruir los sindicatos, a quienes los consideran sus adversarios.

La persecución sindical es una de las causas de los problemas por los que pasa el sindicalismo. Otra, relacionada con la anterior, es la propaganda negra en contra del sindicalismo. Se les acusa de ser enemigos de las empresas y del progreso. De ser los brazos legales de la insurgencia o del terrorismo. O de ser grupos peligrosos para la sociedad. Esta propaganda satanizante ha calado en la sociedad y existen personas que abominan los sindicatos y a los sindicalistas.

Pero existe otra causa que quiero comentar. Si bien no ocurre en todos los sindicatos, si es relevante en algunos y contribuye de manera determinante a la crisis. Es la burocratización y corrupción de las directivas sindicales.

Los sindicatos que tienen estos problemas brillan porque solo a sus directivos les va bien. Presionan a sus patrones para que ellos mismos, sus hijos, cónyuges o familiares obtengan prebendas y canonjías. Exigen privilegios sin importar si los presupuestos resisten sus peticiones. La cosa es peor si trabajan con el estado. Se han visto casos de contubernios con directivos corruptos, para exprimir sin recato las posibilidades de las empresas.

Sus pliegos petitorios llegan a descaros como exigir nombramientos de “compañeros” que no poseen requisitos de calificación, con la disculpa que ellos han sido grandes luchadores que están a punto de pensionarse y necesitan mejorar su mesada. Cuando se les increpa por este comportamiento argumentan que como magistrados, senadores y altos funcionarios hacen lo mismo, ellos tendrían patente de corso para obrar de manera similar.

Es doloroso encontrarse con sindicalistas de este tipo. Hacen todo lo posible por no trabajar y si les toca, tratan de hacerlo en la menor medida. En general son malos funcionarios. Se creen intocables y destilan resentimientos y odios contra todo aquel que no sea su áulico o su cómplice.

Si son directivos, creen que el sindicato es para cohonestar con la pereza, la desidia o la corrupción. Creen que un sindicalista serio debe proteger a un trabajador no importa si tiene comportamiento de delincuente. De las empresas donde trabajan sólo les importa lo que puedan esquilmar sin preocuparles si ella se quiebra o desaparece.

Esta manera de comportarse, si bien a ellos les parece correcta, ha espantado a mucha gente buena que creía que el sindicalismo era otra cosa, y hoy se niegan a afiliarse, y se encargan de ayudar a otros a desistir.

¡Si el sindicalismo está en crisis, en parte los sindicalistas tienen la culpa!

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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