La deuda social

Nuestros lectores deben sentir como una cantinela que se repite, sin ningún eco, cuando hablamos de los males que le generan al país y a sus regiones la corrupción, la politiquería y el clientelismo. Estos tres cánceres, emparentados fuertemente entre sí, han dejado secuelas y cicatrices dolorosas muy difíciles de borrar. Una de estas es la deuda social.

¿Qué es la deuda social? El Estado, en términos generales, tiene unas funciones como las de cuidar la honra, la vida y los bienes de sus ciudadanos. Cuando deja de cumplir con estas responsabilidades el Estado queda en deuda con la sociedad. ¿Y cómo deja de cumplir sus funciones? Cuando los corruptos se apoderan del Estado, lo ponen a su servicio, y así la inversión no cumple su función social.     

Los dineros estatales se desvían para los bolsillos de las mafias, que mediante diversas artimañas, les permite enriquecerse. De esta forma desaparecen los recursos que deben costear la salud de los más necesitados. Pero no solo para la salud, también de la vivienda de interés social, educación, infancia y adolescencia, pavimentación de vías urbanas, construcción de bibliotecas, parques, carreteras rurales, puestos de policía, acueductos y alcantarillados, apoyos para las madres cabezas de familia, para los discapacitados, desplazados, campesinos, población vulnerable, etc.

¿Cómo opera la politiquería? Una vez que la politiquería está en el poder, el Estado es repartido como un botín burocrático entre los miembros del grupo ganador. No importan méritos ni valores personales. Mientras más abyecto, leal y servil se sea mejor.

Personajes sin trayectoria ni capacidades llegan a altos cargos con la función exclusiva de servir a sus jefes, entregándoles contratos, puestos y prebendas. Las licitaciones se acomodan para que burlen la ley y las puedan ganar los predeterminados. A los organismos de control también llega la politiquería, y entonces canjea la vigilancia por ventajas de todo tipo para los controladores.

Los escándalos destapados en la Alcaldía de Bogotá sirven de ejemplo. La plata de los impuestos, que son pagados por millones de habitantes de la capital, se la robaron los Nule, los Moreno, los Moralesrussi, los Tapia, los Gómez, los Olano, y a los capitalinos les quedaron las obras inconclusas, mal hechas, con sobrecostos, los dolores de cabeza, las rabias y las pérdidas.

Esa es la obligación no saldada que tiene el Estado con Bogotá, esa es la deuda social. Deuda que se repite en Cundinamarca, el Valle, Tolima y en toda Colombia.

La responsabilidad que asumieron los nuevos mandatarios es hacer lo posible, si no por pagar, por lo menos amortizar esa deuda con la sociedad. La transparencia no puede ser un discurso, sino una práctica para que los dineros públicos cumplan con su deber.

Los ciudadanos deben permanecer atentos a cualquier asomo de corrupción para denunciarla, frenarla, evitarla. La ciudadanía debe tener claro que la plata que se pierde es su propia plata. Que son sus recursos para mejorar la calidad de vida, para construir futuro para ella y sus descendientes.

El que cree que si el clientelismo le ayuda, se salva, está equivocado. El clientelismo es dañino sin contemplaciones. Lo que usted gana con la corrupción, lo pierden otros, eso descompone la sociedad y a la larga resultamos todos perdiendo. La corrupción no es un juego, es un sendero oscuro que lleva a la miseria, al subdesarrollo y la delincuencia.


Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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