El discreto encanto de la burguesía

Cuando se habla de problemas de convivencia entre vecinos, es usual que se piense que es un tema de falta de cultura, de educación, de buenos modales, en últimas, un tema de pobres. Esto es equivocado.

Una queja en varios conjuntos cerrados de alto estrato de la ciudad, son los temas de convivencia. Allí habitan personas con abultados ingresos, en mansiones con avalúos comerciales astronómicos. En general, todos son o se creen influyentes en la vida social y política de la ciudad y poseedores de reconocimientos académicos importantes.  

Quizás esto sea la razón de sus comportamientos. Son ostentosos. Quieren mostrar con creces lo que poseen. Demostrarles a todos su poder. Aunque viven enclaustrados en sus residencias, andan pendientes de lo que hacen sus vecinos…

Si un residente odia los perros, quiere que ningún vecino tenga uno. No importa la raza ni que lo encadenen o lo encierren. Con el hecho de ladrar ya es suficiente para que el residente se ponga energúmeno y decida insultar sin reparos al dueño del animal. 

Cada uno se siente dueño de la verdad y del mundo, y con toda la autoridad de gritar y tratar mal a los demás. Pero como unos y otros se sienten de mejor familia que los otros, el lío crece.

Una señora, por ejemplo, tiene un gato, y no es soportada por otra dueña de un perro, porque su animal al salir a vagabundear, como es la vida normal de todo felino, al ser olfateado por el perro, inicia un concierto de ladridos que molestan sobremanera a su dueña. 

Me cuentan de envenenamiento de estos animales, al parecer por vecinos intolerantes. Un maravilloso ejemplo de convivencia en comunidad.

Pero el tema también pasa por los hijos. Si la familia tiene vástagos jóvenes, los que no tienen o ya son adultos, los miran con rencor por ser bullosos (qué joven no lo es), por reunirse en corrillos, por poner música a alto volumen en los vehículos de sus padres o desde sus casas, por el ruido de sus tablas cuando hay skaters, o simplemente por el estilo de sus indumentarias…

Muy pronto al visitar estos conjuntos habitacionales, se entera uno de las rabias contenidas o desplegadas de unos vecinos contra otros. Se preguntará usted de qué vale la cultura de que se ufanan, de los altos cargos que ocupan, de los títulos académicos que dicen tener, de la autoridad que puedan encarnar si de dar ejemplo de vivir en comunidad no son capaces.

La verdad es que la humanidad ha aprendido a vivir con gran eficacia en los más diversos ambientes, desde el desierto, la manigua, la estepa, el glaciar a la ciudad, pero esta capacidad se ve eclipsada o anulada ante la incapacidad de vivir los unos con los otros. 

No se ha aprendido a convivir. Y lo contradictorio es que hay gente que se aísla en su hogar para que nadie la moleste y después se queja de soledad, depresión y angustias.

Nos hemos hecho humanos gracias a la vida en comunidad, en sociedad. Por eso se dice que el ser humano es un ser social. La relación social por antonomasia es la amistad. ¿Cuántos amigos de verdad tiene usted? Si son pocos, está en deuda con la sociedad.

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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