Colofón de una destitución

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La destitución del alcalde Petro, más allá de los asuntos jurídicos y de derechos humanos que quedan flotando en el ambiente, debe permitir una reflexión sosegada y tranquila. Es verdad que no fue destituido por cometer ningún delito. Pero sí cometió errores que no pueden pasar inadvertidos.

El exalcalde mostró su arrogancia y creo que eso le ayudó a generar gran cantidad de problemas. Petro es un hombre que no escucha. Tiene ideas preconcebidas de todo y se casa con ellas a ultranza. Esto podría no ser una gran dificultad, aunque lo es. Lo grave es que afirmaba una idea y luego de expresada, la repensaba y arrepentía. Muchas veces dijo una cosa y luego se desdijo.

No trabaja en equipo. Le gusta ser el centro y rodearse de obsecuentes. Su capacidad de autocrítica es baja y constantemente busca culpables fuera de él mismo. Como es desconfiado, quizá por su pasado de hombre en armas, quiere tener a su lado personas de su absoluta confianza, no importa si no conocen el tema que las puso a dirigir. Es válido gobernar con los amigos, pero ellos deben ser competentes y capaces. En la escogencia del gabinete improvisó mucho. Cargos en los que se necesitaba una experticia probada, fueron ocupados por cercanos amigos inexpertos.

Su terquedad lo llevó por caminos inciertos. La improvisación en casi todos los asuntos era patente. Una ciudad puesta al vaivén de unas veleidades y de unas vanidades. En política existen momentos en los que hay que jugársela por la de uno. Pero no siempre se puede. Y no se le puede torcer el cuello a la realidad para creer que el juego es a la manera de uno.

Los costos políticos a pagar serán enormes. Brillantes esfuerzos como los de Guillermo Alfonso Jaramillo al frente de la Secretaría de Salud se vieron casi borrados por los cambios de opinión de su alcalde. Defensas valientes y certeras de lo público para blindar al Distrito contra la corrupción descarada de mafias empotradas en el poder desde hace años, pueden naufragar por la falta de continuidad. Ser bien intencionado no es suficiente para dirigir con tino una ciudad. Algunos, quizá por su escasez en el medio, ponen de manifiesto su honradez y transparencia como garantía de buen gobernante. Es una premisa útil pero no suficiente. Porque si no se votaría por cualquiera de los santos apóstoles, de los que nadie duda de su honradez, pero que ninguno conoce su capacidad y habilidad para gobernar.

Recuperar el ritmo que traía Bogotá y ponerla al día, tardará mucho tiempo. La poca ejecución de un programa de gobierno, que reconocen muchos que es bueno, demuestra que gobernar no son solo cifras frías en el papel, sino que como lo repite la sabiduría popular, obras son amores y no buenas razones.

Cuando sonaron las alarmas en Bogotá, en lugar de revisar qué ocurría y hacer los ajustes y correctivos necesarios, la soberbia, la terquedad y la petulancia reinaron para ocultar errores, improvisaciones y negligencias. Ahora ya es tarde, la leche está derramada y no hay tiempo para llorar.

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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