Amargura infinita y redes sociales

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En esa oficina las sonrisas siempre eran la mejor bienvenida para el recién llegado. Ese día fue lo contrario. Rostros adustos, miradas esquivas, saludos escasos y fríos. El doctor no está, dijeron casi sin mirarme. Confundido dirigí mis ojos hacia la puerta de vidrio esmerilado que separa la recepción del despacho de quien iba a buscar. Desde la infancia nos conocíamos y mucha agua había pasado bajo puentes comunes. La contraluz me permitió ver la silueta de mi amigo. No entendí por qué se negaba. Pese a saber que estaba encerrado en la oficina, pregunté a su secretaria, también conocida de tiempo atrás, si el doctor se demoraba en llegar. Dijo no saber. Sin preguntar nada más, giré y abrí la puerta de la oficina de mi amigo y entré.

Derrumbado en su sillón, con su cara perdida entre sus manos y exhalando un aroma de profunda tristeza, me encontré con él. Exitoso profesional, brillante hombre de negocios, profesor universitario y destacado ciudadano en la vida pública. Enamorado como el que más de su esposa y de sus tres hijas, que para él son sus luceros del alma. Lo sorprendió mi intempestiva entrada. Al instante me reconoció y depuso las armas espirituales con las que quiso defenderse y mantenerse aislado. Sus ojos enrojecidos por la falta de sueño y el llanto prolongado esquivaron mi mirada…

Su hija menor, de 14 años, lleva más de una semana perdida. Al parecer la sacaron del país. Todo indica que una red muy bien organizada de trata de blancas la contactó a través de las redes sociales y luego por su correo electrónico. Por esa vía le ofrecieron las maravillas del modelaje, los lujos y privilegios de las artistas de cine y las posibilidades de ser prontamente una joven muy rica. Recibió correos con testimonios y fotos de varias niñas que ya disfrutaban las mieles del dinero obtenido “legalmente” en las pasarelas y frente a las cámaras de cine.

También le explicaron la importancia de mantener en secreto esta gran oportunidad para evitar la vieja terquedad de los padres de querer oponerse al futuro de sus hijas con tal de no desprenderse de ellas. Fueron muchos los contactos donde le mostraban los beneficios de pasar a ser una mujer independiente, con mucho dinero y sin tener que pedirle permisos a nadie para definir sus gustos, sueños y compañías.

Las autoridades creen que esa red se mueve desde países orientales con tentáculos en muchos países. Esclavizan las niñas, las envician a la droga y las obligan a prostituirse. Por las barreras del idioma, del secuestro y porque las mantienen bajo alucinógenos y sin dinero, estas niñas prácticamente, desaparecen para siempre. Pocas han regresado a contar el pavoroso infierno vivido.

Sin dejar en ningún momento de llorar, mi amigo se pregunta ¿por qué dejó tanto tiempo sola a su hija metida en su computador o encerrada en las redes sociales desde su celular? ¿Por qué estuvo tan ocupado que no previó el peligro que se cernía sobre su hija, si él y su familia la quieren tanto…?

Credito
AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA

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