PUBLICIDAD
En algunos otros sitios del país, la presencia de altos funcionarios del gobierno en plan inaugurativo, entorpeció bastante más de lo que pudo enaltecer un suceso que, de entrada, no ofrece razones para inauguración alguna. Como pudiera decir el viejo López, son contradicciones propias de esta patria mestiza, mulata y tropical. Pero el colombiano promedio es un ser que suele dejar constancia de su hombría de bien, de su vocación civil, de su sentido de justicia. Incluso de su espíritu alegre, a pesar de sus tribulaciones.
Colombia tiene motivos para enorgullecerse de sí misma, y uno de ellos es su propia gente. Sin embargo, su dirigencia perdió sentido de compromiso colectivo y noción de responsabilidad. Terminó pervirtiendo la política, vaciándola de contenido, volviéndola mercado electoral. El país había aplaudido una Constitución que anunciaba la convivencia por venir, pero las tres décadas subsiguientes trajeron más frustraciones que esperanzas.
No es gratuito que los colombianos quieran interpelar a sus gobernantes otra vez. Lo hicieron en el año 91 y pusieron su fe en una Constitución para un nuevo país, que colapsó por ausencia de gestión dirigente. No les ha ido bien con lo que hizo Gaviria, ni con quienes dijo Uribe, ni con lo que terminó haciendo Santos, ni con lo que dice Petro. Pero las semillas de convivencia, sembradas por el Constituyente en el Estado social de derecho, con economía social de mercado y propósitos comunes en medio de una sociedad plural, siguen ahí y sólo es preciso regarlas.
Me temo, eso sí, que van a necesitarse otros jardineros para no persistir en la misma historia. Es increíble: Una vieja frase de Alberto Lleras, escrita a propósito de los enfrentamientos bélicos del siglo XIX, conserva vigencia: “La guerra era el cotidiano deporte de un pueblo acostumbrado a vivir entre la pobreza y el pecado”. Sí. ¡Es increíble!
Comentarios