El Cofrade Palacio Rudas

Augusto Trujillo

Los tolimenses de mi generación y, por supuesto, de generaciones próximas a la mía aprendimos del cofrade Alfonso Palacio Rudas, valiosas lecciones en múltiples aspectos. En hacienda pública, por supuesto.
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Pero también en cosas como la relación que debe haber entre el lector y el libro. Germán Arciniegas decía que cuando el cofrade hablaba de “no tragar entero” no daba un consejo a los demás: Hacía de sus lecturas un instrumento para aplicar a la realidad colombiana. Siendo muy joven ayudó a la construcción de la República Liberal, más tarde a la del Frente Nacional y finalmente a la de las Carta de 1991. Como el viejo López, como el maestro Echandía, como Alberto Lleras, fue un constructor de Instituciones.

Palacio Rudas se convirtió en una especie de juez frente a sus compatriotas y de conciencia moral de un país que, tanto en su tiempo como ahora, sigue sin encontrarse a sí mismo. “Seguramente la falta de madurez política hace que nuestros compatriotas san arcilla mansa de cualquier propaganda”. Para él eso ocurría, por ejemplo, con las campañas en contra del Congreso, fundamentalmente por dos razones: No hay institución alguna que se parezca a su país más que su propio Congreso, pero tampoco hay otro órgano capaz de controlar mejor los abusos políticos de los gobiernos. Por eso impulsó la moción de censura como norma superior.

Su primer cargo público fue el de Secretario de Hacienda del Tolima, durante la primera administración del gobernador Rafael Parga Cortés. Desde entonces, privilegió el examen, objetivo y franco, de la compleja realidad política y social, sobre la fría mirada a la evolución de cifras y datos. En la segunda mitad del siglo anterior empezó a crecer una tecnocracia cada vez más proclive a la interpretación de las cifras que a la interpretación de los hechos. El presupuesto es un acto político, solía decir, pero se lo están apropiando los tecnócratas, quienes carecen de sentido político y pretenden hacer de la economía una suerte de ciencia exacta, cuando es una ciencia social.

Palacio era un heterodoxo. Su devoción era la cofradía de los que no tragan entero y su dialéctica era el libre examen. Frente a lo primero repetía que “no nos resignamos a pensar por lo que nos dejaron pensado, ni repetimos lo que nos repitieron, ni miramos por ojos ajenos, ni razonamos por ajena razón”. En relación con lo segundo, condenaba la idea de la economía como dogma y criticaba a los tecnócratas, tan influyentes hoy, cuya preocupación no era proteger a las personas frente a los abusos del mercado, sino proteger al mercado de los avances del Estado social.

El cofrade fue mi profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y siguió siéndolo luego en la universidad de la vida. Enseñaba con su gesto, con su comportamiento, con su actitud. Discípulo de López, de Echandía, de Parga, fue el más auténtico heredero y continuador del pensamiento de la “Escuela del Tolima”. Es preciso rescatar su vida y su obra como ejemplo para las generaciones de hoy, en un Tolima que necesita recuperar su grandeza del pasado. Precisamente Palacio dejo también un importante legado de grandeza política. Su muerte se produjo en este mismo mes de agosto, hace 25 años, pero sus lecciones mantienen una vigencia indiscutible.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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