Una historia centenaria

Augusto Trujillo

En los comicios del 12 de febrero de 1922 el general Pedro Nel Ospina, candidato conservador a la presidencia de la República, resultó vencedor sobre el general Benjamín Herrera, candidato del liberalismo.
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Los liberales tacharon el triunfo de fraudulento y dejaron escuchar ruidos de levantamiento armado. Hacía dos décadas había terminado la guerra civil más dramáticas de la historia colombiana: La guerra de los mil días.


El historiador barranquillero Eduardo Posada Carbó narra que el expresidente Marco Fidel Suárez comentó a amigos suyos sobre un telegrama dirigido a Ospina por el directorio político del municipio de Cáqueza, en donde comunicaba que una semana después de los comicios los conservadores seguían votando.


Por su parte, el jurista ibaguereño Carlos Peláez Trujillo, a la sazón un inquieto joven liberal, recuerda el fuerte olor a pólvora en medio del cual el general Herrera convocó una Convención Liberal Nacional, que se reuniría en Ibagué el 29 de marzo del mismo año.


La plana mayor liberal estaba conformada por los viejos caudillos militares que venían de las guerras civiles del siglo XIX: Justo L. Durán, Leandro Cuberos Niño, Antonio Samper Uribe, Pablo Emilio Bustamante, en fin, los generales de los ejércitos de un liberalismo curtido en las guerras y en las derrotas. Todos ellos eran delegados a la Convención de Ibagué.


Herrera, sin embargo, privilegió la acción política sobre la militar y la preocupación social sobre los afanes electorales. Para Herrera las clases populares apenas conocían reformas que en pueblos más avanzados eran realidades institucionales. “El partido debe inscribir en su programa esas reformas, adaptadas a nuestras realidades y circunstancias”.


La Convención de Ibagué no fue un suceso político más. Significó un punto de inflexión en la historia de Colombia. El liberalismo dejó atrás sus tesis decimonónicas de corte radical y abrazó las que anunciaban la necesidad de adoptar una concepción social del Estado, para conjurar las aflicciones del presente.


El conservatismo había recogido las tesis sociales de la Iglesia Católica y, ahora, el país revelaba su vocación civil y su sensibilidad social. En el resto del siglo XX los dirigentes políticos evolucionaron hacia el Estado de bienestar: López, Santos, Echandía, Gaitán, los Lleras, Álvaro Gómez, Belisario Betancur. Por desgracia los gobiernos del siglo XXI desdibujaron el alma social de la política colombiana.


La defensa inflexible de las libertades públicas; la implantación del voto de censura en el Congreso; la elección popular de alcaldes; la mejora de la condición civil de la mujer casada; la supresión del voto a que tenía derecho el ejército; la asistencia pública como servicio esencial; la intervención del estado en la economía; la creación de la Oficina del Trabajo; la creación de la Universidad Libre, fueron propuestas concretas aprobadas por la Convención.


Sin la Convención de Ibagué no hubiera sido posible la República Liberal, ni el Estado de bienestar en Colombia, ni la autonomía universitaria. Tampoco la Universidad Libre, cuyos directivos vienen mañana a Ibagué, a celebrar sus primeros años de existencia libérrima. Quiero enviarles un mensaje de admiración. En las personas de sus máximas autoridades, Jorge Alarcón Niño y Jorge Gaviria Liévano, saludo a la comunidad unilibrista y rindo un homenaje a la brillante historia centenaria de la universidad.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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