¿Conviene al país una presidencia colegiada?

Augusto Trujillo

Hace unos 130 años el jurista Nicolás Esguerra, en su condición de presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, condenó los ánimos pendencieros de los dirigentes nacionales que solían declarar la guerra, o inducirla, como una forma de hacer política.
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De esa manera es imposible construir una república. A su juicio, solo un acuerdo entre los adversarios para gobernar, garantiza la convivencia ciudadana.

Esguerra reclamó una república sin falsificaciones: “Falsificada es la república cuando no es el gobierno de todos, cuando la administración está monopolizada por un partido, cuando con el presidente se conservan autoritarias tendencias de la monarquía”. Apeló a las tesis del jurista Rafael Rocha, quien resume la causa eficiente de la violencia colombiana en dos hechos: I) El ejercicio del gobierno por un partido político con exclusión de los demás y II) el ejercicio del poder ejecutivo por un solo individuo.

En tales circunstancias, la inclusión social y política y la conformación de un gobierno con presidencia colegiada resultan clave de la convivencia. Si el legislativo es un órgano plural que recoge las distintas tendencias ciudadanas, y las Cortes son, así mismo, colegiadas, el ejecutivo debe serlo para evitar la exclusión. Hay sentencias de la Corte Constitucional que son fruto de acuerdos obtenidos en función de la democracia, sin abandonar los principios jurídicos que inspiran el Estado de derecho. El ejecutivo necesita consultar el interés de los múltiples sectores de una sociedad tan desigual y diversa como la nuestra.

Rocha y Esguerra coinciden en que los colombianos no tendrán una república seria, mientras su política gire en torno al partido ganador, con exclusión de los otros, y la Presidencia de la República sea ejercida por una sola persona. Para Esguerra es más fácil “someterse a la decisión de una mayoría, como sucede en los Congresos y en los Tribunales, que a la imposición de una sola voluntad como la presidencial, de quien no se recibe una opinión sino un mandato”. Suiza, un país tan heterogéneo como civilizado, sería el mejor ejemplo.

Por su parte Rocha sostiene que “la indivisibilidad del poder ejecutivo es una fuente deletérea de males incalculables porque la inversión de las rentas públicas, el nombramiento de los empleados, el mando del ejército, la renovación del gobierno, la dirección de la política, la dignidad y el reposo de una nación dependen… de la voluntad o de las pasiones o de los errores de un hombre; y por grande que este parezca, ningún pueblo debe consentir en que la sola voluntad de aquel sea el árbitro de la situación presente y de sus futuros destinos”. Además, el país no olvida los días en que ha sido gobernado por pequeños hombres.

En 1991 los colombianos adoptaron una Constitución inclusiva, apta para los consensos políticos. Pero en el siglo XXI el Jefe del Estado se volvió, otra vez, jefe de partido, con la consigna de conservar el poder para sus adeptos. En cambio, una Junta de Gobierno con varios jefes de Estado que ejerzan el poder, en forma simultánea, reflejaría cabalmente la condición plural de la sociedad colombiana. Ese sería un gobierno de todas las fuerzas políticas para todos los ciudadanos.

AUGUSTO TRUJILLO MUÑOZ

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