Entre luces y sombras

Augusto Trujillo

Nuestro devenir histórico es, probablemente, similar al de cualquier otro país del mundo, pero cada pueblo debe asumirlo con vocación jubilosa y con sentido identitario. No importa si se trata de sucesos ilustres o dramáticos.
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Son dos caras de la misma moneda o dos orillas del mismo río. En sociedades heterogéneas y desiguales, todo eso resulta vital para sentir orgullo colectivo y superar la idea del crecimiento con el centro de gravedad situado afuera.

El 16 de marzo y el 30 de abril son grandes fechas que, imperdonablemente, se celebran en forma menor. La rebelión de los comuneros fue una movilización popular cuyo sentido histórico debe analizarse desde la perspectiva de su significación en las luchas contra el despotismo colonial. La expedición botánica marcó el principio de la ciencia moderna y nutrió de geografía, astronomía y botánica el pensamiento de una generación ilustre que, a diferencia de sus sucesores, creció con el centro de gravedad situado adentro.

El 20 de julio y el 7 de agosto abrieron la puerta hacia la independencia, pero las celebramos al revés: la primera debe ser una celebración civil y local, los desfiles militares son para el 7 de agosto. Aquel es el día de los cabildos, de la conciencia ciudadana, de la Constitución. También es el día del empoderamiento de las provincias. Allí comenzó un proceso de búsqueda institucional de los más ricos de América ibérica. Hablar de patria boba es una necedad inexcusable.

El 15 de mayo de 1839 se aprobó una ley que creó la Comisión Corográfica, cuyas labores comenzaron sobre el medio siglo, bajo la dirección de Agustín Codazzi. Alguien dijo que esa fue la empresa de más ambiciosas perspectivas y de más cumplidas realizaciones que se ha producido en el país. Nadie la recuerda, ni recuerda a Codazzi, a Manuel Ancízar o a Santiago Pérez como sus protagonistas. La Comisión no fue solo un proyecto científico, sino un propósito para mirar hasta el porvenir. Si bien no alcanzó a rendir plenamente frutos, puede decirse que fue la base para la construcción de lo que el país es hoy.

Nuestra historia ha sucedido entre luces y sombras. Unas y otras conforman el complejo ámbito en medio del cual los colombianos deben vivir orgullosos. Pero necesitan estudiarla, sentirla, asumirla. En el siglo XX, deben resaltarse los aportes del republicanismo, de la generación del centenario, del Frente Nacional. Nos permitieron sanar las heridas de la guerra de los Mil Días y los más funestos sucesos de la violencia del medio siglo: los del 9 de noviembre del 49, cuando el Gobierno cerró el Congreso; los del 6 de septiembre del 52, cuando fuerzas policiales atacaron las residencias de Alfonso López y de Carlos Lleras; los del 13 de junio del 53, cuando se produjo el único golpe de cuartel que registra la centuria.

El 14 de junio de 1964 el Gobierno ordenó la Operación Marquetalia: 10.000 soldados atacaron a 1.000 campesinos agraristas, con el propósito de eliminar una supuesta república independiente inspirada por el comunismo. La miopía del Gobierno convirtió un movimiento agrario en un grupo guerrillero. Desde entonces la guerrilla se volvió un fantasma de cuya perversa influencia no hemos podido librarnos aún. Es preciso reestudiar esa historia.

 

AUGUSTO TRUJILLO

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