La Asamblea Constituyente

Raúl Pacheco Blanco

Hay tiempo para sembrar y tiempo para cosechar, dice la Biblia. O las cosas se deben hacer a su tiempo. Por eso cuando se habla de una Asamblea Constituyente deben existir, por lo menos, condiciones especiales para convocarla.

El fiscal Montealegre ha considerado, en medio de su inexperiencia política, que es hora de reformar la Constitución al tenor de los acuerdos con la guerrilla en La Habana. Menudo lío. Que lo diga desde su tumba el general Tomás Cipriano de Mosquera, quien luego de ganar la guerra convocó una asamblea constituyente a fin de llevar a la carta sus ideas sobre el estado, que se aprobarían en la Constitución de 1863, en la célebre convención de Rionegro. Allí llegó con todo su ejército y lo acampó cerca al lugar donde se desarrollaban las sesiones, tanto para guarecerse de cualquier ataque, como para presionar a los convencionistas para que no se apartaran de su parecer. Pero le salió el tiro por la culata, pues los radicales, sus amigos de la víspera, le hicieron gavilla y lo dejaron solo, a tal punto que un día prorrumpió en llanto y se retiró de las sesiones, alegando que no le paraban bolas. Solo a la semana siguiente volvió. Y allí, si bien cierto elevaron a norma constitucional ideas que compartían con los radicales, estos aprobaron la rebaja a dos años del periodo presidencial y dejaron estructurado un ejecutivo que casi daba la sensación de un sistema parlamentario, precisamente porque ellos conocían suficientemente el almendrón. Eso por una parte.

Por la otra, quienes pueden darse el lujo de aprobar una nueva Constitución o reformarla son los vencedores de una guerra, que envueltos en esa nueva “legitimidad”, proceden a reformar la carta. En el caso actual, no existe legitimidad como para dar a la guerrilla un tratamiento de fuerza vencedora en un conflicto armado y con el suficiente respaldo popular. Ni ellos han vencido ni tienen respaldo popular alguno como lo demuestran las encuestas, para darse el lujo de ser los padres de la nueva carta. Se trata de una aventura demasiado arriesgada, que solo personas inexpertas en política como el Fiscal se atreven a proponer. El país pagaría muy caros estos primeros pinitos del Fiscal en la política, por donde se pasea con cierto fervor travieso. Pero el presidente Santos no es tan ingenuo como el general Mosquera. Zapatero a tus zapatos.

Comentarios