Nuestros triunfos

Muchas personas se alegran con la desgracia ajena y son más bien pocas las que de forma sincera se alegran con la buena fortuna de otros.

Sin embargo, cuando se trasciende de lo individual a lo colectivo, prima el sentimiento de identificación y de gregarismo que caracteriza la pertenencia a una región, a un país, a una nación, a un continente, a una raza, a una religión. 

Lo anterior se expresa de manera contundente con los triunfos deportivos. El sentimiento de competencia, de rivalidad, se complementa con los sentimientos chovinistas, y es así que los triunfos de un ciclista como Nairo Quintana, o Rigoberto Uran, o de una atleta como Caterine Ibargüen, o de un futbolista como Falcao o de cualquier selección Colombia, nos inundan de alegría. Pero si los nuestros son derrotados, fácilmente hacemos causa común con los deportistas argentinos o brasileños, o nos hacemos hinchas del Real Madrid o del Manchester United.

Si no hay relación de raza, de nacionalidad, de religión de cercanía, somos proclives a reconocer en un gran deportista aquellos valores que nos alegran como son la habilidad, la fuerza, la elegancia.

Los griegos instituyeron las competencias deportivas que obligan a concentrar las capacidades del deportista, reuniéndole consigo mismo, con los adversarios, con los testigos, con el azar, bajo normas que delimitan un universo y definen un propósito llamado triunfo.

Para el atleta, el riesgo y el esfuerzo son su alimento para vencer al tiempo en milésimas de segundo o para ganar en el espacio por milímetros. El deportista envejecerá habiendo conocido lo que el esfuerzo puede construir en armonía y fortaleza y será siempre un ganador aunque no haya obtenido triunfo alguno.

Las masas estamos para identificarnos con los triunfos de los nuestros para hacerlos nuestros, pero ante los fracasos, como dice Savater, traicionamos a nuestra tribu, deseando la victoria del “extranjero maravilloso”.

El triunfo y la gloria, así sean momentáneos, son un bálsamo que requerimos al sabernos temporales y finitos, por ello, la victoria y la supuesta trascendencia “histórica” son nuestras, así sean otros los que las logren.

Credito
JAIME CALDERÓN HERRERA

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