Dolor y solo dolor

Camilo González Pacheco

Y la violencia, sigue campeando en sectores estratégicos de nuestro territorio nacional. Lo mismo que antes. Desconsoladamente.  Basta mirar lo que pasa a nuestro alrededor: se deteriora la seguridad ciudadana; se incrementan envalentonados los grupos armados. Aumenta el asesinato de líderes sociales. Crecen las cifras de desplazamiento forzado, homicidios y masacres. 
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Como si todo lo anterior fuera poco,  regiones enteras permanecen confinadas a merced de los grupos violentos. Para complementar este trágico panorama, se suma algo más espeluznante: la denuncia por parte de valientes líderes sociales, de la espuria y nefasta convivencia entre grupos criminales dedicados al narcotráfico con miembros del Ejército. Igualmente, crecen los registros de falsos positivos. Uno de ellos, escandalosamente trágico y absurdo, como aquel que  presenta el cadáver de una mujer embarazada y madre de dos niños de 6 y 4 años. Un adolescente de 16 años con un arma en sus manos. Y fotos de jóvenes, y jóvenes, y jóvenes muertos.  

En fin, muerte en el pasado y más muerte en el presente. 

Lo mismo que antes: crece  el miedo y la desesperanza. Se vislumbra un cercano y lejano futuro cargado de miedo, desesperanza y muerte. En especial, en sectores geográficos y territorios dominados hace décadas por grupos criminales, donde derechos fundamentales de las personas, entre ellos el del derecho a la vida y  la paz, se avizoran sombríos, tristes y lúgubres. 

Igual como lo presentara, Héctor Abad Colorado ya hace varios años, en su documental El Testigo, sobre el conflicto armado en Colombia. Con registros fotográficos en su dolorosa y bella  narrativa, - si es que puede hablarse de poesía en estos sufrimientos - hoy más vivos que nunca. 

Abad Colorado, en su documental reseñado, nos muestra, entre todas sus imágenes desgarradoras, a una niña solitaria escondida en la oquedad de un inmenso árbol.  Otra  inocente  carita infantil,   asomándose por el hueco que ha dejado una bala en una ventana. Otra, de un niño vistiendo y  arreglando un muerto para llevarlo bien presentado a su velorio. Otra, de un Cristo destrozado, tirado en el piso de la iglesia. Una más,  nos presenta a un campesino rudo, que muy desolado carga un bebe, como si la muerte estuviera paradójicamente  unida a la esperanza. Muestra igualmente, pueblos arrasados. Y más, muchos más muertos en descomposición. Fotos de dolor, más dolor y solo dolor. 

Como quisiéramos que estos documentos fueran un fragmento de nuestra memoria histórica. Y solo sirvieran para recordar épocas de barbarie con la ilusión  de que nunca jamás vuelvan a repetirse. Como quien camina por  un campo de concentración en Europa. Pero cruelmente, por estos lares, siguen siendo parte del presente.

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CAMILO A. GONZÁLEZ PACHECO

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