Suena el Tolima

José Javier Capera Figueroa

En el fondo de la tambora se siente el sonido de la canción, decían los viejos en sus momentos de calor, al son de un buen trago para el dolor, el día transcurría en la vereda de Dolores: unos hablaban sobre problemáticas propias de la región: La pobreza, la violencia, el desempleo y cómo estas problemáticas se han convertido en el malestar de esta época.

Uno de los habitantes mencionaba la importancia de celebrar la constitución de ser tolimense. Otros, consideraban que el Tolima -la tierra grande de los pijaos– está cada vez más pauperizada por la desigualdad social en diversos sectores.

Pero suena muy profundo analizar que entre más pasa el tiempo, la realidad de estas tierras es cada vez más miserable. Ya ese Tolima –grande e histórico que existió- es un sueño banal para los idealistas.

Ahora la desarticulación es más eminente y el desarraigo cultural es un tinte político que se identifica con la clase política de la Nación. Uno como logran comprender que municipios como Lérida, Mariquita y Honda al poseer las condiciones para su industrialización sean los focos de desindustrialización del territorio –que son lugares estratégicos para la construcción de zonas comerciales de abundante capital- si es lo que les interesa a la clase criolla tolimenses.

Por el contrario, la institución pública de la región. Es decir la Universidad del Tolima se ha convertido en un fortín político comandado por el partido que gobierna en el país (La Unidad Nacional), sus centros de estudios son espacios con precios muy elevados, lo cual imposibilita que los sectores más populares puedan acceder al arte, la ciencia, la técnica y las humanidades.

En el Tolima se tiene toda una historia popular de las fiestas, un tributo a los mejores compositores de duetos, a la gran tradición de la música popular y de las versiones famosas de los pueblos, como no apreciar la historia de Quintín Lame en Ortega, la gran riqueza que dejaron los Collazos en Ibagué, el fuerte grito que enunciaron los Bolcheviques en el Líbano – el estallido de la violencia nacional en Marquetalia, la trágica historia de un pueblo fantasma como es Armero, la gran riqueza de Sur a Norte que posee la historia del café en este territorio, y si me lo permiten, acá no nació macondo y no tendría que haber nacido, pero acá se gestan las grandes trovadores, poetas, científicos, investigadores, literatos- entre otros. De los cuales rescato: William Ospina, Nelson Romero, Héctor Galeano, Eduardo Sandoval, Eduardo Aldana, Manuel Patarroyo y paro de contar porque la lista es inmensa.

Por supuesto, que a la clase criolla y a los bellacos del Tolima no les interesa ver que la cultura de esta tierra se encuentra en un momento crítico.

Ahora la condición de ser tolimense en un principio de temor y no de orgullo, la juventud mira con desprecio su identidad, el cruce indígena que se tiene –la gran ola partidaria entre Liberales y Conservadores es un pasado– vivo que sólo contribuye al desprecio por estas tierras.

Tal como lo manifiestan las versiones de sus habitantes “Esto no avanza, esto va de pa’ atrás” “lástima tierra de flojos y perezosos” cuesta reconocer el imaginario de sus ciudadanos, y saber que se representa con el atraso físico, la politiquería abrumadora y la obstinada lógica clientelista de la región.

Ahora el Tolima es un simple reflejo de la crisis civilizatoria que tanto vivimos y de la lógica que trae consigo un sistema que transgrede lo humano y abusa de lo público.

En últimas, suena el Tolima por su historia, ya que el presente no tiene rasgos positivos -los sueños de construir un departamento sólido y crítico se desvanecen, de que vale celebrar y ofrecer regalos al departamento- si sus bases sociales sufren la decadencia de un país y el vacío histórico de una nación.

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