Hay que retomar el principio: La reflexión

Estuvimos conversando buen rato sobre las medidas que se han venido tomando respecto de la situación de consumo de sustancias psicoactivas (SPA) al interior de una de las universidades de la ciudad.

Mi interlocutor esgrimió por lo menos unos ocho intentos supuestamente “estratégicos” realizados en los dos últimos años con mínimos –íngrimos- resultados. Nada ha funcionado, y los reportes hablan de cifras cada vez más altas, edades más tempranas, deserción, bajo rendimiento y algunas expresiones delictivas como actividades asociadas al consumo, entre otras.

Fui invitado justamente para preguntárseme qué haría respecto de esta situación. Una respuesta difícil para un asunto tan complejo. En mi análisis sobre lo expuesto destaqué que cada uno de estos intentos tuvo que ver con paliar efectos y no con abordar causas, algo así como haber reaccionado a un incendio echándole agua por lo alto de las llamas y no por su base, ya por desconocimiento de quien reaccionó en ese caso o porque la complejidad de la emergencia no dejaba ver la base del fuego o porque no era agua lo que tenía que echársele sino otro material que fuera más eficiente.

Es claro es que quien ingresa hoy día a una universidad lo hace cada vez a edad más temprana y en un momento indefinido de su personalidad; y a pesar que ha habido cambios positivos en el sistema educativo, lo más probable es que venga de un colegio en el que poco se reflexionó sobre el sentido de la libertad y sobre su ejercicio, entre otros aspectos que con seguridad, cabría aquí relacionar.

Así es que la universidad se convierte en un espacio al que confluyen multiplicidad de ideas bastante relativas acerca del “querer ser” y del “deber ser” y que expresan su volatilidad en diferentes situaciones, una de ellas el consumo de sustancias psicoactivas.

La institución aplica entonces una medida homogénea a un grupo heterogéneo. Esta medida es vertical, vista desde arriba hacia abajo; es paliativa, porque reacciona a las llamas; es ingenua porque es emotiva; y cerrada porque no intenta comprender sino sancionar y acabar, descuidando el principio de realidad. Así es que, medida tras medida, el error se ha repetido, y cada vez hay nuevas expresiones de esa originaria combustión. 

Ineludiblemente a la universidad le toca afrontar más inteligentemente los vacíos con los que llegan los estudiantes. Debe tener la humildad de aceptar que ha fracasado en sus intentos y que ha mostrado “el cobre” al grupo objetivo, es decir, ha perdido credibilidad y legitimidad en este caso. 

Debe olvidar los dogmatismos, que causan tanto daño, que zanjan y simplifican, y tener más apertura para aprender a convivir en medio de las incertidumbres humanas.

Si se siguen atendiendo los efectos se seguirá fracasando y sobre esto no hay más que hablar. 

Lo que propuse entonces, en primera instancia, fue comenzar un proceso de reflexión –que es lento y de largo aliento- acerca del sentido de la libertad y de su ejercicio que, por más relativismos, todos terminaremos encontrándonos allí.

Vale entonces retomar de Savater lo que una vez le escuché preguntar: ¿la libertad es algo que tengo antes de saberlo, algo que sólo adquiero al saber que lo tengo o algo que para tenerlo debo renunciar a saber con precisión qué es?

Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ

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