Un lector que aporta al diálogo entre la cultura y las drogas

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Un joven se acercó a decirme que no estaba de acuerdo con el planteamiento que propuse en la columna anterior titulada “Hay cosas que es mejor no conocer”. Además de agradarme que se acercara específicamente para hablar de mi artículo me interesó obviamente escuchar sus porqués.

Su artículo tiene una reflexión moralista –me dijo- uno no puede decirle a nadie que haga o no haga, simplemente porque se cree que es bueno o es malo, debe ser la persona la que decida por sí misma si algo es bueno o no y en su artículo usted se encasilla en que es mejor no probar las drogas simplemente porque hay cosas que es mejor no conocer. Le pregunté si recordaba los argumentos que daban cuerpo a mi planteamiento a lo que aseguró que sí.

Como resumen para los lectores, mis argumentos obedecían a que la razón es muy joven (100.000 años) comparada con nuestra naturaleza instintiva (5 millones de años) y que no podía uno atribuirle la responsabilidad a la razón, que es muy joven, de controlar un cuerpo que tiene semejante edad; en otras palabras, no es la razón vestida de fuerza de voluntad la encargada de controlar el deseo de consumir drogas, se necesitaría mucho más que eso, máxime cuando las drogas se radican en la bioquímica del organismo, ni siquiera en el intelecto. Ya se entenderá por qué a un fumador de cigarrillo por ejemplo, le queda muy difícil delegarle esta tarea a la razón por lo que casi siempre recae y su hábito regresa con más fuerza; ni qué decir de un consumidor de bazuco o de heroína. Dije entonces que hay cosas que es mejor no conocer, en relación a esta argumentación.

Este joven expresó también que con mi planteamiento se cerraban las posibilidades que tiene el ser humano de llegar a un conocimiento a partir de la exploración. Su posición fue todo el tiempo que uno tenía que explorar todo para poder tener una idea de las cosas y dejar los prejuicios que sólo generan oscuridad y miedo a lo desconocido. El hecho que una persona consuma drogas y sea un habitante de la calle –mencionó como ejemplo-, obedece a que ésa fue su elección y como sociedad debemos respetársela, no podemos censurar una conducta cuando esa conducta tiene que ver con la libre elección de una persona sobre su vida y sobre sus actos, acotó.

De mis trabajos con habitantes de calle y consumidores que pertenecen a pandillas y sectores marginales, no ha habido uno solo de los que consumen que lo haga porque así lo ha querido, que defienda su consumo y que lo promueva conscientemente; todos dejan escapar en medio de su realidad, la preocupación por su situación de consumo y el deseo de salir de ella, todos aceptan lastimeramente su esclavitud.

Por supuesto, que sin la autonomía personal no hay persona y que si se habla del libre desarrollo de la personalidad debe haber detrás una sociedad lista para respaldar el derecho que tiene cada quien de ejercer su libertad, pero nuestra cultura es muy frágil en ese sentido, no hemos construido socialmente el concepto de libertad como un valor social, así es que como sociedad no sabemos de qué se trata eso ni como personas entendemos las dimensiones del concepto.

Adicionalmente, en mis sondeos con los jóvenes, de 10 muchachos, 8 consumen, ya sea marihuana, cocaína, LSD, inhalantes, hongos o pepas, por mencionar las drogas más representativas, y de esos 8, 4 son dependientes, es decir, tienen consumo frecuente y problemático, así es que no se trata de un juego.

En esta sociedad en la que vivimos –sociedad de consumo- no hay un sentido de usar las drogas como lo hay por ejemplo en una comunidad indígena donde -como he venido relatando en artículos anteriores- consumen marihuana sólo con fines esencialmente formativos y de conocimiento del ser y del entorno, y lo hacen sólo en el mes de mayo (hablo de los Tubú, del Vaupés).

En esta sociedad en la que vivimos, somos alumnos de instituciones no de abuelos.

Credito
FEDERICO CÁRDENAS JIMÉNEZ

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