A buen entendedor…

Federico Cárdenas Jiménez

Imagine que usted es una persona que consume droga a mediana escala, es decir, fuma marihuana con cierta frecuencia, ha inhalado algunas líneas de cocaína un par de veces, una que otra travesura con licor y drogas, etc. De repente, por circunstancias de la vida alguien le ofreció una dosis de heroína asegurándole que la experiencia es genial y que no hay adicción, usted entonces se da una inhalada –tal vez otra- y efectivamente, en esa ocasión, usted no experimentó síndrome de abstinencia ni nada parecido, así es que asimiló la vivencia como algo que no amerita preocupación.

Además, como fueron los amigos y amigas los que le dijeron que no pasaba nada, por sus propias vivencias, pues, usted creyó. Pero luego, se repitió la ocasión y volvieron a consumir. Fue rico pero no como la primera vez, que fue más rico, así es que usted piensa que debe fumar un poco más y lo hace.

William Burroughts (1914-1997), novelista y ensayista norteamericano, una de las figuras más representativas de la famosa Generación Beat, heroinómano además, cuenta que la experiencia con la heroína es equivalente a cien orgasmos simultáneos y que la trampa es pensar que el segundo consumo será igual al primero, cuestión que jamás ocurre, razón por la que los consumidores se pasan la vida buscando la sensación de la primera vez.

Consumidores de heroína con quienes he entablado diálogo, me han asegurado que jamás se imaginaron inyectarse heroína luego de haberla inhalado y que la sensación de la segunda forma nunca es igual a la de la primera; de manera concluyente me han dicho que para ser adicto basta con haberla consumido tan solo una vez, es decir, que la distancia entre la primera y la segunda ocasión tan sólo depende de circunstancias.

Pues bien, un caso de adicción extrema que dejó perpleja a la opinión pública, ocurrió recientemente en Ohio, Estados Unidos, donde una niña de apenas once años que pasaba las vacaciones en casa de su padre, contó desprevenidamente a su madrastra que su madre –la de la niña-, una mujer adicta a la heroína, le inyectó esta sustancia en varias ocasiones en su cuerpo y que en el primer semestre del año 2014, la entregó en diferentes oportunidades a un traficante de drogas –que era su expendedor- para que éste abusara de ella a cambio de su dosis habitual de heroína. La niña relató además que este traficante grababa en video los momentos en que abusó de ella. Su padre por supuesto no se hizo esperar y denuncio el caso ante las autoridades quienes inmediatamente arrestaron a los implicados.

Aumenta la complejidad del tema cuando se confrontan las cifras: desde 2010, según un estudio del Centro Nacional de Estadísticas de Salud en Estados Unidos, se han cuadriplicado las tasas de mortalidad por sobredosis de heroína en este país. Dice el estudio que si la dinámica se mantiene, la heroína se convertirá en la principal causa de muerte entre jóvenes estadounidenses entre 18 y 25 años de edad. Ni qué decir de México, país en el que el consumo de heroína ha aumentado en un 600%, según cifras reveladas por su Instituto Nacional de Salud; o Colombia, donde según el Estudio Nacional de Sustancias Psicoactivas, de los colombianos entre 12 y 65 años al menos 31.852 han consumido heroína alguna vez, de los cuales 7.000 lo hicieron en el último año y 3.600 son adictos.

Sé que el gobierno colombiano está alerta aunque hay que actuar mucho más rápido: medios de información divulgaron recientemente que consumidores de heroína estaban atracando con jeringas infectadas de VIH en Pereira por lo que, según reza el dicho, a buen entendedor…

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