“… yo los consiento y que sea la vida la que se encargue de disciplinarlos…”.

Federico Cárdenas Jiménez

Anduve conversando hace poco con un joven de 18 años de la Universidad de los Andes. Para su corta edad, el recorrido que tenía por las sustancias psicoactivas me resultó abrumador: drogas blandas, drogas duras y sustancias visionarias, pero más abrumador aún, su acérrima defensa de cualquier acción o cosa que le generara sensaciones diferentes, dicho por él mismo, que lo llevara a vivir “experiencias únicas” a las que “ligeramente” -digo yo- llamó “autos” y de los que tan sólo recuerdo algunos: autoconocimiento, autonomía, autopercepción y un mal acomodado etcétera.

Su madre nos acompañó en la conversación y no dio muestras ni de desconocimiento ni de asombro en relación a lo que contaba su hijo, al contrario, asintió durante todo su relato, incluso acotó que con él había conocido la marihuana, el bazuco, el yagé y los hongos. Este, sin duda, fue un inesperado punto de giro en mi encuentro con el joven puesto no acababa yo de procesar todo lo que este adolescente me decía que había probado cuando repentinamente apareció la madre contando también sus experiencias al respecto y, créanme, no me perturbé tanto por lo que probó la señora sino por la manera en que llegó a esas vivencias, en este caso, a través de la influencia directa de su hijo.

¿Cuál era el punto de vista de esta madre -me pregunté- para permitir que el muchacho caminara por estos arriesgados senderos y para experimentar ella misma con cosas de las que sólo había conocido a través de las anécdotas de su hijo adolescente?

“Él fuma marihuana en la casa -interpeló la madre- y yo lo dejo porque quiero que sepa que soy su amiga y que conmigo puede contar para todo”, agregó.

Omití cualquier comentario sobre el tema -porque no debo hacerlo y mucho menos frente a su hijo-, pero debo admitir mi consternación respecto de su testimonio.

“… Mire, profe -continuó diciéndome la señora-, la verdad es que cuando yo fui joven -y vea que sólo tengo 54 años- en mi casa me prohibieron hacer todo lo que quería y lo que veía hacer a mis amigas y no quiero eso para mi hijo, yo quiero que él explore, que se divierta, que viva la vida, que no se sienta frustrado como yo”, complementó la mamá.

Mientras la escuchaba, volvía la mirada al muchacho con cierta prudencia, él masticaba hoja de coca pulverizada de una forma muy natural y despreocupada. ¡Qué es este “sancocho” de cosas!, pensé.

Pregunté al muchacho cuál había sido su interés inicial por probar las drogas y me respondió que en la Universidad es muy común escuchar historias en todo momento sobre las experiencias con drogas y algo de eso le llamó la atención, pero que incluso desde el colegio el tema era totalmente cotidiano, “… yo tenía amigos en Décimo de bachillerato que ya habían probado el yagé, los hongos, las pepas, el éxtasis, etc., ahora imagínese en la universidad”, relató.

Hice la misma pregunta a la madre y me dijo que sabía de las drogas en general a través de los medios de comunicación, pero que con su hijo había conocido un testimonio más real de lo que era el yagé, para qué servía, qué se sentía, etc., lo mismo con los hongos, la marihuana y el bazuco y una noche al tomarse unos tragos, le aceptó una fumada de marihuana, aunque no sintió algo extraordinario, tampoco le disgustó. Al rato volvió a fumar y resultó trabada y una cosa fue llevando a la otra; “… siempre he creído en él y me decía que eso no era dañino, que eran sensaciones chéveres, así que… ¡por qué no!”, aclaró la señora.

¿Consumen frecuentemente?, les pregunté. Soy consumidor hace poco en realidad, pero me fumo un “porro” diario y consumo otras cosas por lo menos dos veces a la semana, casi siempre acompañado de mi grupo de amigos y mi novia. La mamá dijo consumir varias cosas a la semana, acompañada de algunas amigas que ya han ido probando también estas drogas, ellas tienen una especie de “costurero” en el que se reúnen y se drogan.

En medio de mi silencio recordé una entrevista en la que Germán Vargas Lleras describía a su padre como alguien muy consentidor de sus hijos y que cuando él lo ratificaba en reuniones, siempre expresaba -palabras más palabras menos- “… yo los consiento y que sea la vida la que se encargue de disciplinarlos…”. Reflexión.

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