Notas de campo 20

Federico Cárdenas Jiménez

federic.cj@gmail.com

(He venido relatando varios encuentros que tuve con un habitante de la calle cuyo lugar de residencia queda cerca de la Universidad Autónoma de Manizales, en un sitio en medio de la vegetación que hay en lo que queda de montaña).

La entrevista que le hice a “el rolo” fue de lo más interesante, no sólo por el exotismo implícito en su modo de vida, sino porque su pensamiento a pesar de todo, era el de un hombre que sabía muy bien lo que estaba haciendo.

La última vez que “el rolo” intentó dejar las drogas le fue muy mal, así que pensar nuevamente en hacerlo sería una completa osadía.

“… Cuando uno consume bazuco hay momentos en que sólo quiere consumir y consumir y se puede fumar media docena de “cosos” o más y no los siente y puede seguir con más y eso le pide y le pide hasta que, sin uno saberlo, se los fumó todos y se la pasa en esas y el tiempo no importa ni el lugar ni nada… es un vicio muy parecido al de la goma –el pegante-”.

Cuando dice que hay momentos en que quiere consumir –le pregunto- ¿realmente usted cree que es un acto del querer?, es decir, ¿usted decide consumir en ese momento y lo hace? o cree que puede hablarse de un actuar involuntario, como si fuera un impulso, como si algo actuara por usted, así usted no quiera…

“… Así es. Muchas veces sé que no quiero fumar, pero simplemente siento que tengo que hacerlo y es como si no pudiera negarme, todo mi cuerpo necesita hacerlo y mi mente simplemente se bloquea… Esa vez de la que le hablaba por ejemplo, llevaba todo el día sin fumar tratando de aguantarme esa necesidad y me dieron náuseas, estuve desesperado, no sé por qué caminaba y miraba con rabia a todo el mundo, no pude comer nada, en fin, fue un día de esos duros hasta que llegó la noche y ésa sí me dio tres vueltas, llegué al cambuche y con la soledad y las ganas, terminé fumándomelos todos y decidí mandar todo para el carajo y nunca más volver a intentarlo… ¡eso es muy humillante!”.

Pues con cargo de conciencia de tanto consumir y la falta que le hacía su familia, se enteró que el Hospital Geriátrico San Isidro, el que queda ubicado en el sector de La Linda, en Manizales, atendía a los consumidores de drogas, así que contempló la idea de arriesgarse nuevamente a dejar la calle.

Desde el sector de la Autónoma, donde queda su cambuche –del que hablé en relatos anteriores-, hasta el Hospital Geriátrico San Isidro, donde quedaba el pabellón de farmacodependencia, se gastó tres días caminando, no por la distancia que separaba a los dos puntos, sino porque en ese trayecto se dedicó a fumar y fumar bazuco con el pretexto que iban a ser los últimos de su vida.

Al fin llegó a su destino, bajó la loma que sirve de acceso al Hospital y sintió repentinamente una tristeza enorme, se acercó a la portería y sintió que el vigilante lo recibió con cierto recelo.

“El rolo” le conversó sobre sus intereses y éste –el vigilante-, con despecto, le dijo que no recibían personas como él en esas condiciones de calle; “el rolo” le insistió y el uniformado sólo le pidió sus documentos de identidad y su carné de afiliación a una EPS, solicitud frente a la cual mi querido amigo le respondió: ¡pero no ve pues que soy habitante de la calle, hombre, qué papeles voy a tener! ¡Yo lo que vengo es a que me internen porque quiero dejar esta vida…! El vigilante le respondió enérgico y desafiante y lo alejó de la reja amedrentándolo.

“Para qué ponen un sitio como esos si la persona que quiere dejar las drogas no puede ni siquiera acercarse. Esta vida es una locura, mono, a este mundo no lo entiende ni el putas y al gobierno menos, por eso yo no creo en nadie ni en nada…” concluyó.

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