Imparable necesidad, evidente ociosidad

Federico Cárdenas Jiménez

De las que conozco, que son muchas personas, a muy pocas les reconozco una intención espiritual en sus hábitos de consumo de sustancias psicoactivas; la mayoría asumen estas prácticas como eventos recreativos pero tienen una conducta religiosa en esta relación con las drogas.

Siempre me topo con personas que, a este respecto, proyectan una cosa y son otra. Estéticas tribales que enmascaran un sinsentido y una ociosidad. Discursos elaborados y casi libreteados sobre el tema; la relación puede ser de 1 a 10. Mucho ruido y pocas nueces dice mi padre.

A lo que me refiero es que el supuesto estilo de vida que conecta con la esencia y la naturaleza y con lo humanamente profundo, en la inmensa mayoría de los casos es un “carretazo” que se lo creen solo los protagonistas; como les digo, la relación puede ser de 1 por cada 10 personas que son coherentes con su actuar y su pensar en términos de cierta espiritualidad y cierta armonía en su relación con el mundo a partir del consumo de drogas.

En la innata búsqueda de placer, la experimentación es una de nuestras adicciones más observables y en ella, la variedad es característica. Las drogas siguen siendo –si no el más- uno de los ‘plus’ más poderosos que tiene la sociedad de consumo para domesticar humanos y volverlos borregos de su superficial y caprichosa vanidad. Frente a las noticias diarias, auscultando algunas razones, piensa uno ¿dónde comienza esta acuciosa búsqueda y cuál podrá ser su punto de llegada?

La angustia humana tiene mucho que ver, a mi juicio, con pensar que somos seres aislados del mundo y entonces hay como un misterio que envuelve al ser humano, un misterio que se traduce en un silencio –vacío- que intentamos llenar, es como una necesidad de trascendencia que pretendemos superar buscando formar parte de algo, y entonces somos consumidores, todo lo queremos tener, todo lo queremos saber, dependemos siempre de algo y esa dependencia es una revelación del vacío –silencio- que vivimos.

El consumo de sustancias psicoactivas, como aspecto que atañe a esta columna, es motivado también por esa búsqueda de pertenecer a algo, de no sentirnos solos, de encontrar respuestas diferentes y más suficientes que las que proporciona la razón. Es necesario hablar de drogas y este es un llamado a las familias, a los colegios, las universidades, las empresas: hay que hablar de la experiencia, de la vivencia, de la búsqueda, de la oferta y la demanda, hay que propiciar los espacios para canalizar esta necesidad de trascendencia, para expresarla de otra forma; no se trata de decir si está bien o mal, eso no corresponde a nadie, se trata de facilitar, de acompañar, de orientar, de informar, de generar la reflexión.

Hoy día las drogas son como un chicle que se vende y se consume en todas partes y por todas las personas, ¿qué es lo que está motivando su consumo? ¿Es suficiente una charla aburridora sobre las consecuencias de consumir algunas drogas? ¿Es suficiente y práctico decir No a las drogas? Por eso es un disparate ver a las drogas como un problema que tiene una solución (¡diga no y listo!) porque estaremos olvidando entonces que la causa de una cosa es todo lo demás. Las drogas no son algo que está allá y nosotros acá. Son una expresión y una búsqueda del sujeto, por ello se ubican en un plano cultural que abarca justamente toda la dimensión humana.

Hay que revisar aún muchas cosas al respecto, pero hasta el momento es clara una imparable necesidad que tiene el ser humano pero también una evidente ociosidad.

federic.cj@gmail.com

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