Los costos de la ‘normalización’

Carlos Gustavo Cano

Como ya lo advertíamos, en política monetaria, cada vez que la vacilación prevalece sobre la anticipación, a la postre el costo del ajuste necesario para corregir el curso de la misma, a fin de procurar que la inflación se ubique lo más cerca posible de la meta establecida por el banco central, suele ser doloroso y recaer mayormente sobre el aparato productivo.
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Es lo que sucede ahora, cuando los reajustes de la tasa de interés de política han tenido que hacerse a un ritmo más acentuado que el que habría sido necesario de no haberse aplazado el inicio del ciclo de alzas. Y, claro, resulta comprensible, aunque no plenamente justificada, la reacción del Gobierno al manifestar su preocupación por los efectos que ello pudiere arrojar, en el corto plazo, sobre el proceso de recuperación de la economía.

Sin embargo, cabe insistir que, en materia de recuperación genuina y duradera, lo relevante no es la tasa de crecimiento del producto interno bruto per se en un sólo ejercicio anual, sino esencialmente su sostenibilidad en el mediano y el largo plazo, para cuya consecución la condición sine qua non es una inflación baja y estable, y, preferiblemente, predecible.

En otras palabras, alcanzar un crecimiento relativamente alto durante un breve lapso sin controlar la inflación, equivale a un dividendo espurio en términos de bienestar.

Sobre el particular, en la reciente discusión que se dio al interior de la junta del emisor, volvió a aflorar el argumento de que la inflación que se veía venir era un fenómeno originado en choques de oferta eminentemente transitorios. Sobre lo cual cabe observar que en economía no hay fenómenos que no sean transitorios, lo cual no significa que, como sucede con el COVID, no puedan ser recurrentes. Esta tajante realidad se halla plasmada en las expectativas de los agentes económicos sobre la inflación, que hoy se hallan desancladas de la meta.

Resulta necesario contemplar dos consideraciones adicionales, con el objeto de completar el contexto y afianzar esta postura. De un lado, el déficit de nuestra cuenta corriente (cuyo principal componente es la balanza comercial), - 4.9 % sobre el PIB, de lejos el más abultado entre las economías más grandes del hemisferio, y a nivel mundial sólo superado por Pakistán. Y, del otro, nuestro déficit fiscal, estimado por la revista The Economist en - 6.8 % sobre el PIB para el fin de este año, en nuestra región sólo superado por Brasil, y fuertemente presionado por la expansión de la deuda pública que se va acercando a las dos terceras partes del tamaño de la economía, un guarismo sin precedentes. El cual no se podrá resolver sólo con otras cuantas modificaciones marginales del estatuto tributario.

No es el momento de aflojar la rienda en la conducción ortodoxa de la economía.

Carlos Gustavo Cano.

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