Lecciones no aprendidas

Carmen Inés Cruz Betancourt

Revisadas las listas de candidatos a Gobernación, Alcaldía de Ibagué, Asamblea y Concejo en las tres últimas elecciones celebradas en el país, llama la atención la extensa lista de nombres incluidos y el hecho de que los principales ganadores representaban los grupos hegemónicos tradicionales.
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También, que los numerosos “candidatos alternativos”, aquellos con planteamientos críticos frente a los primeros, y comprometidos con cambios sustantivos para superar las graves dolencias  que padece la región,  hayan obtenido votaciones precarias que, sumadas al voto en blanco, muestran una notable dispersión.

Esta escena se repite una y otra vez y amerita reflexión. Por supuesto que los “candidatos alternativos” coinciden en algunos asuntos básicos y en sus críticas a los grupos hegemónicos; discrepan en otros aspectos, representan grupos e intereses diversos y optan por variadas estrategias en sus campañas. Unos van independientes; otros buscan firmas para evitar alianzas que los condicionen y algunos logran alianzas con pequeños grupos y partidos. Unos y otros salen animados por amigos, cargados de coraje, entusiasmo y buenas intenciones y, en general, cuentan con limitados recursos económicos para  divulgar sus propuestas y así se diferencian de las campañas de los clanes políticos que se soportan en recursos públicos y aportes de quienes esperan contratos y cuotas burocráticas.

Lo cierto es que, atomizados de ese modo, son exiguas las posibilidades de triunfo. Entonces, procede preguntar: ¿Por qué, conociendo tales antecedentes, continúan actuando igual? Una explicación está en que subestiman la complejidad y los costos exorbitantes de las campañas electorales con el estilo impuesto en el país. Otra, que sobreestiman su capacidad para ganar adeptos en circunstancias tan adversas, y la posibilidad de que la ciudadanía supere la nefasta costumbre de canjear su voto por retribuciones inmediatas.

En algunos casos también parece que el “olfato político” no les alcanza para entender que hay clanes hegemónicos que soterradamente apoyan algunos “alternativos” para captar votos de contrarios que perciben como amenaza a sus alfiles.

De nuevo, la posibilidad de sumar esfuerzos y hacer acuerdos que no transgredan sus principios no parece una opción viable; inclusive, intentos en ese sentido han fracasado porque el ego de algunos es tan grande que hasta consideran desobligante esa sugerencia. De ese modo, llega el final que a pocos sorprende: una desoladora dispersión de votos que no perciben como lecciones que deben asimilar: que “la unión hace la fuerza” y que “juntos somos más”. Así resulta que no hay posibilidad de que “los alternativos” logren ni siquiera un segundo puesto que les permita acceder a la Asamblea Departamental o al Concejo, como determina el Estatuto de Oposición.

Lástima que el hábito de cooperar, el trabajo en equipo y la unión de voluntades estén tan lejos de nuestro comportamiento social. Es el individualismo y la desconfianza lo que se impone. En este y en otros campos falta disposición para concertar, tal vez por la enorme desconfianza que se tiene en los demás. Predomina la idea de que las promesas no se cumplen y que el que puede se aprovecha del otro. Esta percepción, antes que corregirse, parece agudizarse. 

Mucho ayudaría si, una vez concluido el proceso electoral, con sinceridad y humildad los candidatos optan por evaluar lo actuado para precisar aciertos y debilidades o, como suele afirmarse, las oportunidades de mejora. Si no se procede de este modo todo continuará igual y, en materia política, inclusive puede empeorar, ahora que el país cuenta con 36 partidos y movimientos que poco aportan a la democracia y, en cambio, estimulan la dispersión y pueden multiplicar el número de candidatos soportados en la lluvia de avales que entregan.

 

CARMEN INÉS CRUZ

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