Crece la polución auditiva en Ibagué

Carmen Inés Cruz Betancourt

Los ibaguereños estamos expuestos a lesiones severas en el oído porque cada día es peor el ruido estridente que debemos soportar. Basta recorrer algunas calles del centro de la ciudad y Centros Comerciales para encontrar que, con el fin de atraer compradores, en casi cualquier almacén o venta ambulante operan equipos y megáfonos que emiten mensajes comerciales y música con volumen estruendoso. Y si ingresa a algún almacén, con frecuencia el ruido es insoportable, al punto de que es preferible salir cuanto antes.
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Quienes residen o laboran en oficinas ubicadas en aquellos sectores, así se trate de pisos muy altos, son víctimas de esta situación que interfiere su trabajo, su sueño y el descanso. Ello sucede a pesar de que existen normas diseñadas para controlar el ruido en espacios públicos y ámbitos cerrados pero, igual que en otros campos, nadie las cumple porque saben que las autoridades no actúan. 

Un ejemplo específico del que puede dar fe todo habitante y visitante, se observa en la glorieta de la Avenida Ambalá con calle 69 donde, ante la intensa  congestión vial y la ausencia de agentes de tráfico, un grupo de jovencitos espontáneos en operación rebusque, equipados con chaleco y pito, se encargan de regular el tráfico. Para hacerlo pitan en forma estridente y sin sentido alguno. Es notable su capacidad emprendedora empujada por la urgencia de generarse ingresos ante el enorme desempleo y pobreza que se vive en la ciudad, y no hay duda de su buena voluntad pero, sin preparación alguna asumen una tarea riesgosa que no solo los expone a accidentes sino también a los transeúntes y vehículos que transitan y que son muchísimos, incluyendo los que circulan a gran velocidad y los ignoran porque desconocen su autoridad.

Inclusive, quienes reconociendo la necesidad de los voluntarios quieren obsequiarles unas monedas, acrecientan el caos y el riesgo si tratan de detener la marcha mientras giran en la glorieta; y si arrojan las monedas al piso, quienes buscan rescatarlas se exponen a ser atropellados. En suma, a pesar de la buena voluntad de estos jovencitos, el asunto no funciona y urge que las autoridades actúen. Cabe destacar que, en forma extraña, de vez en cuando se observa un par de agentes ubicados junto a un semáforo cercano haciendo nada o hablando por celular, en cambio de estar donde se les requiere. Lo observado en este lugar se repite en otras glorietas y puntos de alta congestión y con ello acrecientan los riesgos de accidentalidad que ya es muy alta en la ciudad, además de que con su estridente pitadera generan enorme polución auditiva.

Para completar el martirio cabe mencionar la tendencia de los conductores a pitar en cualquier lugar y sin necesidad; también las ambulancias que pitan en su carrera desbocada para ganarle a sus colegas recogiendo accidentados. Se suman los numerosos conductores de autos y motos que disfrutan circulando a gran velocidad y sin el silenciador del exosto, inclusive con resonadores, y lo hacen a cualquier hora del día o la noche y en zonas residenciales. Amerita mención las reiteradas quejas de residentes del sector de la Samaria sobre los piques que hacen autos y motos, por la vía al aeropuerto y al interior de aquellas urbanizaciones, a altas horas de la noche; así perturban el sueño y el descanso y generan grave riesgo de accidentes.

Urge, entonces, clamar acción de las autoridades para evitar la enorme accidentalidad y la insufrible polución auditiva. Urge también, mejorar la señalización, la operación de la red de semáforos y, por supuesto, mayor disciplina ciudadana.

Carmen Inés Cruz

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