Rebelión por los niños

César Picón

El fin de semana no pudimos entrar a un establecimiento porque íbamos acompañados de nuestras dos hijas (1 y 4 años). La mayor supo que ese había sido el motivo, guardó silencio. Ya había pasado en un supermercado, donde pretendíamos comprar un helado.
PUBLICIDAD

Lo hice publico en redes porque, francamente, lo consideré una discriminación inaceptable. Llovieron comentarios, unos considerados, otros que recriminaban el solo hecho de haber salido con ellas a la calle: “los menores no pueden salir”, “antes no le hicieron una multa”, “yo sí cuido mis niños”. Paradójicamente, varios de esos mensajes venían de personas que no tienen niños pequeños, incluso, que no tienen hijos.

Los establecimientos abiertos al público cumplen, como es debido, los protocolos exigidos por el Gobierno. Sin embargo, este último -en todos sus niveles- ha sido indiferente frente a la contundente evidencia que muestra las serias afectaciones psicológicas y emocionales que están sufriendo los pequeños por cuenta del confinamiento y las restricciones -la mayoría absurdas- que se les ha impuesto. Los tomadores de decisiones no han querido abordar el problema, en parte porque saben que muchos padres prefieren que nada se flexibilice en relación con los niños. Aunque es entendible que todos queramos proteger a nuestros hijos del virus, no lo es tanto el hecho que el miedo nos haya llevado a pensar que es el único riesgo que debemos gestionar. ¿Se les ha preguntado que es lo que ellos quieren?, ¿su opinión es relevante para tomar decisiones de papas?, ¿están seguros los adultos de entender lo que los hijos están sintiendo (sufriendo) por cuenta del encarcelamiento y discriminación impuestos para “protegerlos”?

“Quiero hablar por todos los niños de Colombia… que reabran los colegios, que recuperemos la alegría, que podamos jugar”, expresó Jacobo (8 años) en un video dirigido al Presidente (pueden verlo en Semana TV). En ese video viral, el niño pone sobre la mesa algo todavía más complejo: él tiene comodidades, ¿y los que no?; la mayoría no tiene Netflix, Direct TV, banda ancha y un computador para estudiar o entretenerse, menos una terraza con piscina inflable, un castillo de la Barbie o un carro impulsado por batería. En las zonas rurales ni que decir. En millones de hogares se vive en hacinamiento y la comida es precaria, la salvación ha estado en la alimentación escolar. Algunos viven en conjuntos residenciales en los que, al menos, salen a los pasillos a correr, los demás viven en barrios que si acaso tienen una cancha de arena o cemento que ni siquiera pueden usar. El encierro o el cuidado en manos de terceros ha elevado los niveles de maltrato y abuso. Pocos papás tienen el chance de poder compartir varias horas al día con sus hijos, asistirlos en el aprendizaje o jugar, la mayoría tiene que trabajar, así sea desde casa.

Se ha impuesto una dictadura indolente contra nuestros menores y, claramente, los papás somos los llamados a reflexionar sobre las consecuencias de permitir que se continúen restringiendo las libertades de los que más amamos. Los canosos se rebelaron, tutelaron y recuperaron sus derechos. Exigir la apertura gradual y controlada de parques públicos y en conjuntos residenciales, promover el regreso a los colegios bajo el modelo de alternancia, eliminar la ridícula restricción que los niños solo pueden salir 3 veces a la semana por media o una hora y, entre otras, pedir que los niños sean tenidos en cuenta como parte de los pilotos de reapertura de sectores productivos, por ejemplo, que puedan salir a almorzar con sus papás.

CESAR PICÓN

Comentarios