¿Cuáles colegas?

A la sombra de un mal interpretado espíritu de solidaridad, muchos medios y periodistas callan ante cuestionables conductas de colegas que entran en sospechosa cercanía o directa complicidad con delincuentes, llámense mafiosos, guerrilleros, estafadores, paramilitares, etcétera.

Ejemplo de esto es el caso de Ernesto Yamhure, puesto en evidencia por Claudia Julieta Duque, quien reveló que el excolumnista consultaba hace una década el contenido de sus artículos con el entonces líder de las Autodefensas Unidas de Colombia, Carlos Castaño, antes de publicarlos en El Espectador. Aunque varios medios como La FM, de RCN, y Caracol Radio reseñaron dicha información, otros (como El Colombiano y El Tiempo, que se autopromueven como catedrales del periodismo nacional) optaron por un sepulcral silencio noticioso y editorial.

La información sobre Yamhure (y otras personas) está en una memoria USB de Carlos Castaño que el desmovilizado paramilitar Hebert Veloza, alias ‘H.H.’, le entregó hace tres años a la Fiscalía, donde yace prácticamente abandonada, y cuyo contenido, al parecer, ha estado circulando hace tiempo por varios medios, sin que nadie se hubiera decidido a divulgarlo.

Los datos publicados fueron tan contundentes que, en cuestión de horas, el señor Yamhure se vio obligado a renunciar a su columna en El Espectador y a abandonar sus espacios radiales en Caracol Radio y en Radio Súper, donde compartía micrófonos con el fogoso exministro Fernando Londoño Hoyos, quien lo despidió casi en medio de sollozos y exigiendo que se aclarara cómo había sido obtenida la información de la USB. No deja de ser paradójico que alguien que debe tantas explicaciones a la justicia y a la sociedad sobre el oscuro caso de las acciones de Invercolsa se atreva a plantear semejantes desafíos.

Otros opinadores, con el propósito de contextualizar (¿o matizar?) las denuncias sobre Yamhure y los llamados paracolumnistas, han querido replantear la discusión desempolvando los casos de periodistas amigos de la guerrilla, que también los hay; sin duda. Pero ese es un argumento vacío, muy similar al que utilizaban dirigentes del Polo para referirse al carrusel de la contratación: decían que la corrupción no se la inventaron ellos y que en los demás partidos también había ­manzanas podridas; como si eso los eximiera de culpa.

Es cierto que periodistas inescrupulosos ha habido siempre, pero el tema ahora es muy puntual y delicado; no podemos reaccionar con evasivas ni falsas solidaridades que sólo sirven para minar nuestra credibilidad. Es lamentable que, salvo contadas excepciones, las directivas de medios, los líderes de agremiaciones periodísticas y los decanos y docentes de las facultades estén pasando de agache.

Es nuestra obligación sanear las prácticas ­periodísticas y un buen comienzo sería olvidar ese espíritu de cuerpo que tanto criticamos en otras instancias, pues cuando un periodista establece relaciones non sanctas con delincuentes, deja de ser colega nuestro y se convierte en colega de ellos.

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Cuando un periodista se vuelve cómplice de delincuentes, deja de ser colega nuestro.

Credito
VLADIMIR FLÓREZ

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