Crisis económica y democracia

La crisis norteamericana actual parece tener visos de no cerrar su ciclo en el corto plazo. El drama de la misma reside más en la sociedad que en la debacle causada por el sector financiero que hizo negocios a su propio aire sin prever garantías ni la insolvencia de sus acreedores.

Si bien es cierto que desde 1970 se coció la idea proclamada por Friedman y sus muchachos de que el rol regulador del Estado no debía prevalecer, también vale la pena anotar que las crisis de las tres últimas décadas del siglo XX fueron antecedentes históricos no tenidos en cuenta por equivocados economistas y funcionarios que hicieron caso omiso de la historia.

En los años de 1980 el presidente Reagan y la señora Thatcher eran alabados por todos los oportunistas de ocasión, montados sobre la necesidad de destruir el Estado de bienestar que había surgido después de la crisis de 1930. La codicia como instrumento de acumulación mediante la consagración del mercado libre fue uno de los factores que condujeron a la situación actual de la economía y la sociedad. Como lo sostuvo el economista Jeff Madrick, para los villanos financieros la “codicia no regulada tiene un efecto destructivo”.

La crisis no sólo tiene un matiz económico sino político y social. Político porque el fundamento de las medidas que reforzaron la idea de “dejar hacer” como en el siglo XIX, hicieron de la democracia el sistema político  dentro del cual operarían los sectores financieros interesados en la especulación. La quiebra de la empresa ferroviaria Penn en 1970, la crisis de la deuda de México, Brasil y otros países de América Latina después de 1982 y la sobredimensión del mercado inmobiliario de 1991, forman parte de los antecedentes de la crisis del 2008-2009 que ha dejado ver el profundo agrietamiento social y político de los Estados Unidos y del capitalismo en general. La pobreza, el desempleo y la represión política se han incrementado. De los más de 311 millones de norteamericanos, el 9.5 por ciento son desempleados según los economistas pero según el Departamento de Trabajo la cifra alcanza el 16.5 por ciento. En el 2008, había 40 millones de pobres de los cuales 16 millones vivían por debajo de la línea de pobreza calculada, según el ingreso mínimo para una familia de tres miembros, en 17.600 dólares al año, es decir menos de 500 dólares al mes. Además uno de cada cinco estadounidenses vio caer sus ingresos en un 25 por ciento y más, en el 2009.


Pero lo curioso de la situación económica son las medidas represivas de una democracia que con el neoliberalismo destruyó los sistemas de representación social, como los sindicatos. Los trabajadores sindicalizados eran en 1954, el 33 por ciento, en 1980 el 23 por ciento y en el 2009 el 12 por ciento. Las reformas que tratan de alterar lo necesario del sistema para atender el malestar, como las reformas a la salud y al sistema financiero lo que buscan es impedir protestas generalizadas. A ello se unen los niveles de control que se han intensificado en todo el país, para lo cual la política internacional es una buena disculpa. A fines del 2008 había en Estados Unidos 7.5 millones de personas bajo control y de 575 mil neoyorquinos detenidos en el 2009, el 90 por ciento no eran culpables de delito alguno. Y en sus cárceles había en 2008, 2.4 millones de personas. Entonces, la crisis financiera no es sólo la de la banca que ve reforzar impunemente sus arcas con recursos públicos sino la de una sociedad más arrinconada y más empobrecida.


Si el fundamento de la democracia fue el bienestar de los ciudadanos, la crisis social pone a prueba un modelo político amenazado por las 37 millones de personas que dependen de los comedores populares, por el 20 por ciento de desempleo entre varones negros y por el 30 por ciento de la población que no tiene casa. En la crisis europea, cuando el gobierno griego quiso someter a referéndum las medidas impuestas por la comunidad europea, se le impidió. Para el gobierno el mal era grave y había crecido con la democracia por ello solo el pueblo griego debía decidir sobre su destino. Pues no, se les dijo, aquí no vale la democracia sino los intereses financieros de unos países y de la banca. Entonces frente a los poderosos es viable pensar que se acercan nuevas formas de fascismo y de gobiernos intolerantes en el mundo. Si la sociedad no prepara su defensa para la equidad tal vez los que vaticinan apocalipsis tendrán que pensar que estamos muy cerca del fin de muchas cosas y del comienzo de otras. Vivimos tiempos para la reflexión, la organización y el estudio.


(*) Universidad de los Andes

Credito
HERMES TOVAR PINZÓN (*)

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