Revivir a Hegel

Columnista Invitado

Ahora la pandemia nos hace descubrir la inmensa pobreza en el país y sus enormes consecuencias negativas. ¡Qué noticia de última hora! No se entiende cómo hasta ahora se descubre este Mediterráneo de la injusticia social, es decir, que el capitalismo global hace tanto daño a tantos. 
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Hay un párrafo de Hegel de 1804 que está presente al juzgar la sociedad burguesa o capitalista: “El individuo está sujeto a la total confusión y al azar del conjunto. Una masa de la población está condenada al anonadante, antihigiénico e inseguro trabajo en las fábricas, talleres, minas, etc. Ramas enteras de la industria que mantenía a grandes porciones de la población cierran de pronto sus puertas porque la moda cambia o porque el valor de sus productos disminuye debido a las invenciones nuevas en otros países o por cualquier otra razón. Masas enteras se ven así abandonadas sin remisión a la pobreza… El trabajo se vuelve tan abstracto que la abstracción llega hasta los tipos de trabajo más individuales y su esfera aumenta continuamente. Esta desigualdad entre la riqueza y la pobreza, la necesidad y la carencia, se convierten en el más extremado desmembramiento de la voluntad, de la rebelión y del odio”. 
No hace falta citar autores europeos tan encopetados del pasado y del presente para saber y constatar en esta pandemia los efectos del capitalismo sobre/contra la mayoría de la población. Basta que salgamos de la torre de marfil de nuestros apartamentos y bibliotecas, que hablemos con los líderes y lideresas sociales, defensores de víctimas, luchadores por la diversidad de género, comunidades afro, indígenas, algunos representantes de confesiones no católicas (menonitas), representantes de sindicatos, animalistas, miembros de Juntas de Acción comunal, y demás fuerzas invisibilizadas por los poderosos medios de (in) comunicación. El resultado no es otro que constatar el aserto hegeliano. No ven sino abandono y, como no ven ni las mentiras de Caracol y RCN, ni siquiera ven las mentiras oficiales.  
Lo que perciben estos líderes y lideresas es que los siguen amenazando y siguen matando, que hay una clientelización (neologismo tan de vieja data) de las ayudas, que hay para unos y otros no, conforme su color político. Saben que hay beneficiados de primera, por ejemplo, el giro de 15 billones de pesos a Carrasquilla para atender las urgencias de la gran empresa, pero los empresarios de ACOPI ven enredada la oportuna ayuda estatal; que benefician al Hotel Tequendama (de propiedad de militares) con suites que muy difícilmente atenderán a los estratos más bajos, etc. Es decir, están “totalmente confundidos”, masa “condenada al anonimato”, “abandonadas sin remisión a la pobreza”, reduplicada por la pandemia, motivos de “rebelión interna” y “más odio”. 
Así trata, con esta arrogancia señorial de Ancien régime, las clases altas a la plebe colombiana, a la gente del común. Estas carecen de cuerpo, de necesidades vitales, de alimentos, de vivienda, de afecto y sobre todo de dignidad.  Como en la altiva sociedad cortesana, así trata nuestra oligarquía, para retomar un término de la poderosa jerga populista de Jorge Eliécer Gaitán, a su pueblo. Por eso cuando Gaitán dijo que “no era un hombre, sino un pueblo”, se echó la soga al cuello. El pueblo no tiene cuerpo, necesidades, menos la necesidad elemental del amor. Matarlo a tiros como perro en una calle cualquiera era el corolario de su condición popular.   
Mientras esta masa padece los rigores del confinamiento, muerta de hambre y agobiada por estrecheces en sus cuatro míseras paredes (esto no es hogar), los de arriba se limitan a decir a su Presidente: “Para eso se creó el Ingreso Solidario que ayuda a quienes están en la informalidad, siga con los programas e incentivos para la población vulnerable del país, que me arruina el momento”. 
Solo queda pensar que del gaitanismo es poco lo que se ve, y que más bien el país está en manos del laureanismo remozado. La Cristilandia revivificada, con las riendas del paleofranquismo más que nunca vigorosamente cancerífero. Nuestra pandemia de hace siete décadas, sin más.    

JOSÉ HERNÁN CASTILLA

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