Acerca del acoso sexual callejero

Columnista Invitado

“Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”.
¿Puedo salir a jugar? recuerdo que esta era una frase habitual cuando era niña, seguía preguntando a pesar de que la respuesta siempre era la misma, si quería salir debía hacerlo acompañada de mi mamá, de mi papá, o cualquier otro adulto responsable que diera cuentas de mi bienestar.
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Cuando tenía 10 años convencí a mi mamá de que ya era grande y podía regresar sola del colegio ya que no quedaba a más de cinco cuadras de mi casa. A unas pocas semanas de estar haciendo mis primeros pinitos hacia la libertad, unas personas me siguieron en un carro desde la salida del colegio hasta la casa. Al enterarse mis papás se preocuparon mucho, y como era de esperarse tomaron medidas en el asunto, así que perdí de manera irremediable y automática la poca autonomía que había conseguido hasta ese momento.

Desde entonces empecé a notar que los niños tenían privilegios que yo no, ellos podían salir a jugar, ir al parque y llegar o salir solos del colegio, mientras yo debía siempre pedir permiso y estar acompañada, crecí pensando que era diferente y que estaba en constante peligro por mi condición de ser niña.

Con el paso del tiempo entendí que no era la única diferente, que estar en riesgo es una condición propia de ser mujer, y que hay unas normas de supervivencia básicas que debía tener presentes si quería moverme sola por la ciudad: evitar caminar por una calle sola, más aún si es de noche, alejarme de las zonas baldías, preferir siempre la ruta más segura, por encima de la más rápida, ubicarme adelante cuando voy en el transporte público, sentarme al lado del pasillo, conducir mi carro con las ventanillas cerradas, llamar el taxi por teléfono, no moverme sola en la bici, y lo más importante, avisar que llegué bien o por lo menos que llegué.  

La verdad es que desde que empecé a salir sola, he tenido que lidiar con todo tipo de situaciones, atracos, robos, tocamientos y persecuciones por nombrar algunos, pero lo importante es que ninguna de estas situaciones en las que me sentí agredida o acosada en la calle fue causada por otra mujer. Siempre se trató de un hombre. Fue un hombre quien levantó la falda de mi compañera a la salida del colegio, el que chocó de manera “involuntaria” contra mi amiga para tocarla, el que se bajó de la buseta y empezó a perseguir a esa chica el otro día, el que rompió la ventanilla  del carro de mi compañera de trabajo, quien me tocó la cola hace un par de años cuando iba en mi bici, y el que me llamó suegra cuando iba caminando una tarde por la calle con mi hija.

Pues todas estas acciones que tenemos tan naturalizadas en nuestra cultura machista, son consideradas acoso sexual callejero, una de los tantos tipos de violencia que se ejerce contra las mujeres, ya que parte del concepto clave de estar basadas en relaciones de poder asimétricas que sobrevaloran lo relacionado con lo masculino, y subvaloran lo relacionado con lo femenino, como por ejemplo, realizar acciones de manera unidireccional y sin consentimiento, que agredan de manera verbal o física a quien los recibe, y que además en Colombia no se encuentran penalizadas.

El acoso callejero lo hay de varios tipos, desde silbidos, miradas lascivas, “piropos”, piropos agresivos (alusivos al cuerpo o al acto sexual), acercamientos intimidantes, señalamientos obscenos, hasta tocamientos, roces, persecución, exhibicionismo, llegando incluso hasta la masturbación. 

Y es tan grave que se ha convertido en un problema de salud pública por las afectaciones físicas, mentales y emocionales que sufren las víctimas; por la gravedad y magnitud con la que se presentan y porque la verdad es que se puede prevenir.

De acuerdo con un recientes estudio realizado por la CAF (Banco de Desarrollo de América Latina) el 89% de las mujeres en Latinoamérica han sido víctimas de algún tipo de violencia sexual en el transporte público, situación que muchas veces lleva a que las mujeres, en el mejor de los casos, cambien sus patrones de desplazamiento o si tienen la oportunidad económica, el medio de transporte, pasándose al carro o a la moto particular por ser más “seguros”, lo cual no sería ningún problema, si no tuviéramos tal cantidad de congestión, esto sin contar las afectaciones a nivel ambiental. En el peor de los casos siguen siendo víctimas del acoso o limitan sus desplazamientos al punto de no volver a salir sin compañía. 

Lo bueno, es que si le pareció interesante la lectura, y se sintió representado o representada, usted puede ser parte de la solución. Si es hombre, rompa con este esquema y evite cualquier tipo de acción física o verbal que pueda agredir a una mujer o a una niña, si ve que otro hombre lo está haciendo, brinde apoyo a la víctima, este tipo de apoyo es vital y lo podemos brindar también las mujeres. Por otra parte, hay que denunciar, de manera oficial o no oficial (para esto sirven mucho las redes sociales) además existen redes de mujeres que trabajan apoyando este tipo de causas y de seguro van a escuchar. Y lo más relevante, sin importar la hora, el lugar, o la ropa, la víctima no tiene la culpa y necesita de su apoyo.

Mónica Kelly Johanna Camacho Charry

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