Volver a vivir con (y de) mi familia me ha hecho más feminista

Columnista Invitado


Desde hace un año no trabajo, y esta circunstancia me ha enseñado, entre muchas otras cosas, que el valor personal no puede estar ligado a un diploma o una posición laboral. Yo soy una mujer ‘millenial’, con 2 títulos universitarios, experiencias en el sector público y educativo, conozco un par de idiomas y etcétera, pero el reconocimiento pleno de mi humanidad no depende de ninguna de estas características. Puede parecer obvio, pero a continuación expongo por qué en muchas mentes y hogares aún no lo es.
PUBLICIDAD

A lo largo de la historia, con cada ola del feminismo hemos sumado conquistas y expandido nuestros ideales. Durante los 90, el feminismo mayoritario se reflejaba en una “mujer fabulosa”: poderosa en sociedad y económicamente independiente, tal vez por primera vez, aunque con una individualidad todavía arraigada en principios patriarcales y prácticas machistas (pensemos en Margaret Thatcher, Noemí Sanín, Amparo Grisales, y en tantísimas mujeres contemporáneas con su misma forma de ser y ejercer). Los feminismos actuales, finalmente, se proyectan en la garantía de derechos, medios y oportunidades para todos. Hoy, es posible que una lideresa campesina, un hombre que se construye desde la masculinidad positiva o yo, en mi regreso al nido, nos reivindiquemos abierta e indudablemente como feministas. Claro, no por ello es una bandera más fácil de sostener, especialmente cuando la situación fuera de casa dificulta la conversación social y la manifestación política, tan necesarias para despertar la conciencia. ¿Qué queda entonces? Mirar de la puerta hacia adentro.

A pesar de que “vivir de papi y mami” no es precisamente lo que soñaba para este momento de mi vida, este trance me ha permitido develar parte lo que implica ser feminista y dependiente de un bolsillo ajeno, en el estado actual del mundo. En el Tolima, alrededor de 230.000 mujeres estamos desempleadas; la cifra más alta del país (DANE, 2020). En ello intervienen, además de la pandemia, la absurda brecha de género, el torpe relevo generacional, entre otros enemigos de la prosperidad social. Pero no pretendo aquí un análisis técnico de esta realidad, sino una aproximación humana: hoy, soy una más de las miles de tolimenses profesionales, estudiantes, cuidadoras y amas de casa expuestas, de manera transitoria o permanente, a la complejidad y la vulnerabilidad de la dependencia económica.

Sabemos que la realización de un proyecto de vida propio y el empoderamiento económico de las mujeres son clave para alcanzar la igualdad y la libertad. Sin embargo, no hay requisitos para romper con la sumisión, la complicidad o la indiferencia ante la violencia machista en el escenario doméstico (1.300 denuncias el año pasado, según la Gobernación del Tolima). Por supuesto, resulta problemático oponerse a un esposo, padre, primo o hermano que padece de masculinidad hegemónica, por decir lo menos, cuando de su mano deriva gran parte de nuestro bienestar. Aun así, no callemos. Ante una palabra hiriente, una mirada arrogante, una petición egoísta, una costumbre injusta o una acción abusiva, alcemos nuestra dignidad, nuestra energía, nuestra voz o lo que sea preciso para visibilizarnos y defendernos. Las mujeres merecemos reconocimiento y buen trato en tanto personas y miembros de familia, no por cargos, aportes o talentos que ostentemos en determinado momento. Las mujeres somos seres humanos.

En el 2021, el feminismo multidimensional nos reta a acompasar nuestras condiciones, ambiciones y contradicciones personales con las del colectivo. Ya no vamos a lavar la ropa sucia en casa; vamos a acabar con la mugre que nos ha ensuciado a todos.

PAULA MARÍA DELGADO MORALES

Comentarios