Al inicio fue una traición, capítulo II

Columnista Invitado

Restablecido, Don GONZALO JIMENEZ DE QUESADA de sus dolencias y así remediados sus quebrantos de salud, ocasionados por la hasta ahora intrépida avanzadilla desde Santa Marta hasta el costado derecho de la Serranía de Muzo, a toda consta evadiendo la rivera del Rio Grande de la Magdalena, para evadir los caimanes, serpeientes, los mosquitos y toda clase de alimañas en manera particular, a las tribus Caribes, Arhuacos, Chimulas, Emberos y Katios, entre otros, que además de feroces, con sus cerbatanas lanzaban dardos envenenados, con sabia de barbasco y chimbilá, dos especies de árboles súper venenosas que los paralizaban y al poco tiempo de recibir, el impacto de sus dardos, caían victimas de altas fiebres que les ocasionaba convulsiones, sumando las fiebres ocasionadas por la malaria producida por un mosquito desconocido para ellos de nombre anófeles, el cual podría haberse llamado Satanás; todos estos factores diezmaron la expedición en más del 50% de los soldados componentes de la expedición que en un comienzo habían salido de Santa Marta mil y sólo quedaban unos doscientos maltratados y mutilados, en su gran mayoría; “Aquí hay que decirlo literalmente, pobre gente por haber vivido tan cruel prueba en su vida” y para el caso de Don Gonzalo haberla podido superar.
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Todas estas aventuras vividas por este hombre en buena parte, tiempo después inspiraron a su pariente no muy lejano Don Miguel de Cervantes Saavedra quién también, vivió todo tipo de vicisitudes, pues siendo recaudador de impuestos en la ciudad de Sevilla ESPAÑA; se ve envuelto en un fraude monetario a la Corona de Castilla y fue a parar a la cárcel dónde le surge la idea de escribir su magnífica obra: DON QUIJOTE DE LA MANCHA, pues Don Alonso Quijano, el “Quijada” no es otro que su tío lejano hijo de una prima de Don Gonzalo Jiménez de Quesada, quién era nombrado a sus espaldas sin el saberlo de la misma manera “EL QUIJADA” pues sufría de la enfermedad cuya característica consistía en tener una mandíbula inferior prominente.

Volviendo al relato Don Gonzalo, se colocó su armadura algo desvencijada y abollonada del uso y de los impases con ella vividos aprestó su caballo y con la ayuda del hombre más cercano que lo solivió, logro colocar, sus sentaderas, acomodando su gran anatomía en la silla de montar; recibió el pisador, lo amarró a está, seguidamente compuso las arciones a la medida de sus piernas, se acomodó mejor, aseguro los estribos, y se hizo colocar las espuelas en sus botas de montar por su ayudante; apresto la fusta y con voz ronca expreso un “ARRE”, apretando las espuelas, en la verijas de la vestía y empezó a andar camino a la gloria la cual llegaría por añadidura, pero su personalidad de hombre humilde era ajena a estos matices; con un silbido llamó la atención de sus dos mástines “Chencho y Emperador” quienes les hacia la corte y ni siquiera se habían desconcentrado un instante de su presencia y en consecuencia eran como su propia sombra. A su vez con una voz ronca ordenó al Capitán Luis Lancheros, continuar la marcha siguiendo el adelante por el camino que los conduciría por sinuoso sendero al cercado de los indígenas Moskas, al otro lado de la Serranía de Quipama en un lugar dónde con una vista espléndida, podía divisar al fondo, la totalidad como el Valle del río Itoco, el cual metío en su memoria por el resto de sus días y observo como en dirección norte, entre el bosque del pie de monte de la serranía, vertían dos hilos de aguas cristalinas, eran las quebradas de Minabuco y las Pavas, las cuales aguas abajo a una distancia de unos cien metros, juntaban sus aguas y en la confluencia formaba una laguna de aguas cristalinas donde habitaba unas pequeñas ranitas de color dorado que saltaban al paso de unas grandes mariposas azules, que como danzando un vals de Strauss salían y entraban al bosque lanzando visos de luz, de efecto iridiscente cuyos destellos herían la retina.

De la laguna vertían las cristalinas aguas por un pequeño chorrillo que se deslizaba por dentro de un canal, que las arrojaba a un lecho pedregoso colocado sobre una enorme roca que una vez franqueada tributaba sus aguas al rio Itoco, las cuales después de un recorrido aproximado de unos 5 km se juntaban a las de un rio grande dado por llamar por el mismo General Jiménez de Quesada como el Rio Minero; el cual a su vez recibía las aguas de dos grandes fuentes, por la izquierda el Rio Guaso y por la derecha la quebrada de la Caco; esta última proveniente de la Serranía de Coscues en donde estaba situada la población de Otanche, hoy departamento de Boyacá donde pasado el tiempo se encontró otro gran yacimiento de esmeraldas.

La expedición opto, por continuar su marcha aguas arriba del Rio Guaso, hasta estrellarse con una enorme peña blanca a la que dieron por llamar Peñas Blancas y luego continuar remontando por las aguas del rio hasta llegar a un gran lago de aguas cristalinas, nombrado por los nativos Fura Tena, el nombre de dos príncipes enamorados que protagonizaron una tierna historia de amor y quienes ellos los moradores, le atribuyeron el milagro, del origen de las esmeraldas de esta región que tanto han dado de hablar, en el mundo entero.

Héctor Carrera Arenas

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