¿Por qué el populismo?

Columnista Invitado

Para muchos ha sido una sorpresa ver que nuestro próximo presidente está entre Petro y Rodolfo Hernández, pero, lo cierto es que este contexto electoral, que nos deja entre dos personajes de claro corte populista, no es más que la cosecha de un terreno que se venía abonando desde hace años.
PUBLICIDAD

Lo primero que hay que entender es que el populismo no es una ideología, puede ser de izquierda o de derecha ya que se trata más de una forma de hacer política con muy poca rigurosidad, apelando a pasiones que dejan a un lado lo racional y prometiendo soluciones mágicas e inmediatas desde la figura del “salvador” que les dice a los votantes lo que desean oír. Lo segundo que hay que tener claro es que un líder populista llega cuando todo lo anterior fracasó. 

El más reciente informe regional 2021 del Barómetro de las Américas revela que sólo el 26% de los colombianos se siente satisfecho con la democracia, más abajo que nosotros sólo están Perú con 21% y en el último lugar Haití con 11%. Venimos desde hace años en una caída en picada de nuestra confianza en las instituciones. Somos el cuarto país que más desconfía de su gobierno en Latinoamérica y a pesar de que diferentes voces como la ONU, el BID y otras organizaciones venían advirtiendo que debíamos ver esa desconfianza como el problema más urgente, por tratarse de un tema medular para el correcto funcionamiento de la democracia, ha brillado por su ausencia en las agendas políticas. 

Por el contrario, se ha seguido a la perfección la receta para crearla. Los gobiernos han sido incapaces de comunicarse correctamente con la mayoría de la sociedad, no han podido interpretar sus deseos y necesidades y, aunque en números y en el discurso de los técnicos las cosas estén mejorando, el lenguaje de los datos sigue siendo un idioma que sólo habla una minoría del país. De esta manera, cuando los ciudadanos no son incluidos en esa institucionalidad, cuando para ellos las instituciones no cumplen sus funciones, cuando no responden a sus necesidades o cuando tienen conductas oportunistas que responden a las necesidades sólo de algunos, el sistema se vuelve inconfiable. Peor aun cuando esos malos comportamientos son protegidos y no son castigados porque a la desconfianza se le suma la deslegitimidad. 

Entonces, al sentirse abandonadas y traicionadas, las personas confían en quien les prometa lo que las instituciones ya no garantizan. Pero, además, si hay un ambiente de mala comunicación y desinformación, junto con altos niveles de incertidumbre y un civismo débil, se abre el espacio para que las personas reciban y crean cualquier tipo de información y actúen en consecuencia, volcándose normalmente hacia los extremos.

La cura para los extremos es la confianza. No importa si el gobierno es de centro, derecha o izquierda. Mientras este mal no se cure, ningún cambio será posible.  Mientras la desconfianza siga creciendo la desconexión entre sociedad e instituciones públicas pone en riesgo la cohesión social y debilita cada día más el contrato social. 

Es necesario entonces trabajar para incluir, por las vías más sanas, a los que han sido excluidos, a las discusiones y las necesidades olvidadas. Elegir gobiernos con promesas más claras sobre lo que los ciudadanos pueden esperar de ellos, que busquen reformas que les permitan cumplir esas promesas; que tengan mayor cercanía y una comunicación más clara de los resultados y los asuntos públicos, capaces de luchar contra la corrupción y responder a las demandas de los ciudadanos. 

Algunos teóricos dicen que el populismo puede ser un mal necesario que aceita la participación y ayuda a incluir en la construcción del Estado a los excluidos y a las demandas olvidadas. ¿Será que alguno de los candidatos actuales nos podrá llevar hacía este camino o sólo abrirá más la brecha?

Maria Camila Albarán

Comentarios